La memoria histórica

Cargo y conciencia

El apoyo a las megabeatificaciones contrasta con el silencio sobre anónimos soldados republicanos

TONI MOLLÀ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Artur Mas excusó su asistencia a la manifestación del 11 de septiembre del 2012, convocada con el lema Catalunya, nou Estat d'Europa, en su «rol institucional», la misma razón que adujo para no participar en la Via Catalana de la pasada Diada, aunque en ambas ocasiones el president desplegó un amplio sistema de señales que mostraban su complicidad con las convocatorias. Sin embargo, este 13 de octubre no aplicó el mismo criterio a la hora de asistir, junto a varios ministros del Gobierno español, purpurados y militares de alta graduación, a la megabeatificación en Tarragona de 522 «mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España», en palabras de la Iglesia católica. Ni la diversidad religiosa de la Catalunya real, ni la laicidad jurídica del país, ni el socorrido rol institucional fueron razones suficientes para eludir un acto confesional que despreciaba, además, la memoria de miles de ciudadanos muertos en defensa de la legalidad republicana.

El azar quiso que el día en que los gobiernos de España y Catalunya compartían el megaevento católico de Tarragona se cumpliera el 104º aniversario del fusilamiento de Francesc Ferrer i Guàrdia, un maestro racionalista natural de Alella (Maresme), fundador de la Escuela Moderna, un modelo educativo laico, mixto y científico que desafió la propuesta confesional y conservadora de las escuelas del Ave María que frecuentaban los hijos de la burguesía catalana. El 9 de octubre de 1909 Ferrer i Guàrdia fue condenado a muerte, y el día 13 ejecutado en Mont-

juïc como «inspirador y organizador» de la Setmana Tràgica. Joan Maragall intentó pedir clemencia para Ferrer con su tímida Ciutat del perdó, pero el director de La Veu de Catalunya, Prat de la Riba, ni siquiera permitió la publicación del artículo, que quedó inédito hasta 1932.

El destino quiso también que la megabeatificación de mártires del bando nacional coincidiera, casi día por día, con el descubrimiento, tras 75 años de búsqueda, del lugar en el que yacen los restos de mi tío Cándido Orts, cabo de la 64 Brigada Mixta del Ejército Republicano, desaparecido en combate el 18 de junio de 1938 entre los términos municipales de Sarrión y La Puebla de Valverde, en Teruel, durante la defensa de las posiciones republicanas que intentaban frenar el avance franquista hacia Catalunya y el País Valenciano. Un hecho minúsculo, punto final de años de silencio doloroso, que encontró su punto de inflexión hace unos meses, cuando nuestras voluntariosas y erráticas pesquisas se cruzaron con las de Josep Font, un arqueólogo de Alella -¡el municipio de Ferrer i Guàrdia!- que también buscaba por su cuenta y riesgo a su abuelo, Joan Font, miembro del PSUC, desaparecido en las mismas circunstancias.

La investigación culminó hace unas semanas cuando Josep Font, a quien por fin pudimos conocer en persona, nos acompañó en un viaje a la memoria compartida por aquellos barrancos turolenses, aún hoy cementerios llenos de metralla y olvido. Gracias a Josep Font, sabio lector de partes de guerra, diarios de operaciones y mapas de situación, viajero por los archivos de Salamanca y de Ávila y senderista de los lugares de la muerte, ahora sabemos que su abuelo y mi tío murieron juntos aquel 18 de junio bajo un ataque franquista con infantería, aviación y ametrallamiento final que dejó 137 muertos de la 64 Brigada Mixta.

Hace unos días subimos juntos hasta la cota donde con toda seguridad yacen los restos de nuestros familiares. Allí, en una visita anterior, Josep y su padre, un hombre de 76 años, incrustaron en el suelo una estrella roja de cinco puntas en recuerdo del abuelo Joan. Solo nos acompañaron la lluvia y el pedrisco. No hubo cantos ni homilías, sino un silencio entremezclado de extraña alegría. «Qui perd els orígens perd identitat», canta mi paisano Raimon. Y ciertamente, nuestra identidad heredada «ve d'un silenci antic i molt llarg, de gent sense místics ni grans capitans, que viuen i moren en l'anonimat, que en frases solemnes no han cregut mai».

 

Por eso, ante el palio que reunió, en perfecta comunión, a los gobiernos de España y de Catalunya en Tarragona, uno se siente más cerca que nunca de las ideas racionalistas de Ferrer i Guàrdia y de los sueños de los jóvenes Cándido Orts y Joan Font, que dejaron sus vidas en el frente de Teruel para que nunca más un president, ni de España ni de Catalunya, pudiera ser derrotado por las armas. Aunque el president en cuestión, más allá de sus retóricas palabras, defienda con sus hechos aquella antidemocrática máxima de Torras i Bages: «Catalunya será cristiana o no será». Y aunque su connivencia con la Iglesia, que nunca ha pedido perdón por su complicidad con los desmanes franquistas, ofenda profundamente la memoria de una parte muy importante de sus conciudadanos.