Con energía y respeto

"La reivindicación independentista será más eficaz si se hace de forma pacífica, democrática y respetuosa"

Decenas de personas participan en la Via Catalana de la Diada a su paso por el puerto del Ordal.

Decenas de personas participan en la Via Catalana de la Diada a su paso por el puerto del Ordal.

JORDI PUJOL SOLEY

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Estos artículos tienen un grado variado de aceptación. Que se mide por los comentarios que provocan (más o menos numerosos y más o menos previsibles). Si hacemos caso de este sistema de valoración, debemos decir que un artículo bien recibido fue el que publicamos con motivo del Onze de Setembre de este año y la Via Catalana y que se titulaba: 'La fuerza serena y tranquila de Catalunya'. Insistamos en ello.

Fuerza serena y tranquila no quiere decir rebajar el techo de la reivindicación. No quiere decir silenciar o resignarse a una mala financiación, no quiere decir no reaccionar contra el ahogo financiero que el Estado español nos impone. Cada vez más. No quiere decir no protestar contra la acción sistemática –política y competencial– de hacer de la Generalitat «una casa de cartón piedra». Con varias consecuencias, una de ellas poner en peligro el estado del bienestar. Y también, como derivada, la cohesión y la buena convivencia que hay en Catalunya.

No quiere decir no reaccionar ahora que se está dando una nueva y muy peligrosa embestida contra la lengua catalana, que es un hecho básico de la identidad de Catalunya. En resumen, no quiere decir no reaccionar con energía, con mucha energía, contra la política de residualización de Catalunya. De convertirla en algo residual. La residualización de Catalunya, es decir, lo de que «dentro de dos generaciones de todo esto del Estatut y de la lengua ya no se hablará».

Apelar a la «fuerza serena y tranquila» no es una invitación a la rendición. Al «dejémoslo correr». Todo lo contrario: es una invitación a defender nuestro derecho con energía y de la única forma en que se puede ser eficaz. Es decir, pacíficamente y con pulcritud democrática, en expresión del presidente Mas. Y con mentalidad constructiva. Y de respeto.

En el fondo de la reivindicación catalana de ahora hay una reclamación de respeto. Y el mundo político y mediático español y en general las instituciones españolas, y también en general la sociedad española, no se han dado cuenta de que la herida que ahora existe entre Catalunya y España va mucho más allá de la broma sobre la «pela». Incluso más allá de los contenidos políticos del autogobierno.

Esta gente no nos respeta. Esta gente no quiere que nos vayamos, pero no nos respeta. Y no quiere que seamos como somos. Y nos lo quiere hacer notar. Tal vez algunos no se dan cuenta, pero existe un componente de voluntad de humillación. 

O sea que es una confrontación profunda.

Contra esto, ¿qué debemos hacer los catalanes? No responder con la misma moneda. Por ejemplo, ¿qué deberían decir los independentistas? «Sí, nos queremos ir. Pero no porque no valoremos lo que es y ha sido España, ni sus valores ni tantas cosas. Valores y cosas que a menudo juzgamos positivamente, a veces incluso muy positivamente. O con admiración. Pero que no queremos que nos lo impongan en detrimento de lo que nosotros somos, y queremos ser. No se trata de quemar banderas españolas, ni de denigrar o ignorar lo que de positivo o de muy positivo ha significado y significa España desde un punto de vista cultural y espiritual, en el campo de la cultura y de los valores. No se trata de eso».

No podemos basar nuestra reivindicación de más respeto, de más reconocimiento, de más poder político o incluso de independencia ni en la subvaloración de España ni en la falta de respeto. Debemos basarlo en nuestra voluntad de ser nosotros mismos, en nuestra exigencia –eso sí– de ser respetados, de podernos realizar como país, como sociedad y cultura de acuerdo con lo que somos. De acuerdo con nuestra identidad. Y no en unas condiciones que pretenden rebajar nuestro techo, en todos los sentidos. Y ahora lo podemos reclamar y exigir. Por supuesto, pacíficamente, per además con actitud dialogante y constructiva. Y reconociendo los méritos de la otra parte. Y debemos hacerlo así porque esto responde a lo que son y deben ser nuestros valores, y porque es lo que puede dar a nuestra reivindicación una fuerza que haga que no pueda ser ignorada ni burlada ni aplastada.

Desde hace cien años, o ciento veinte, o incluso más, el catalanismo –el nacionalismo catalán en lenguaje de hoy– ha optado por jugar en el campo del civismo y de la cultura. Y del progreso económico y social. Y en el de la modernización de Cataluña (y también de España «el nacionalismo, factor de modernización de España», decían).

Y de la democracia. Y del acercamiento a Europa. Todo eso desde su identidad y sus valores. Que es la única forma en que lo podían hacer.

Ahora todo esto está en crisis. Y afecta a Catalunya. Y afecta a España. Y la respuesta que nos llega es una mezcla de menosprecio y de grosería.

Pero Catalunya no debe responder con indiferencia, menosprecio o grosería. Un ejemplo. Con uno basta porque es muy escandaloso y de mucha trascendencia. España no se ha dado cuenta de la trascendencia de la forma como llevó el tema del Estatuto de Catalunya. Del grado que hubo de error, pero sobre todo de engaño, de frivolidad, de irresponsabilidad y de sectarismo. Y de grosería. Hasta llegar a aquello tan descarado de la «dudosa constitucionalidad» del Tribunal Constitucional, dicho por ellos mismos. Todo ello, cocinado de una forma que ha causado una herida grave en el sentido de dignidad de Catalunya. Herida grave. No es lo que algunos fuera de Catalunya dicen, y repiten: «A los catalanes lo único que les importa es la pela». No. Catalunya tiene ahora con España un problema de financiación y de poder político, y también de identidad (el tema lingüístico, por ejemplo). Pero también, y mucho, un problema de dignidad.

Justamente porque es también –y sobre todo– un problema de respeto, es necesario que los catalanes nos hagamos dignos de respeto. Y que sepamos respetar. Tenemos muchos motivos para reclamar respeto. Como los tiene España. Y una exigencia del actual movimiento reivindicativo catalán. Ahora hay gente en Catalunya que reclama la independencia. Mucha más que hace tres años, mucha más que antes de la sentencia del TC. Con todo el derecho. Tiene toda la lógica. Y todo el sentido. Y la reivindicación será más eficaz haciéndolo pacífica, democrática y respetuosamente. No solamente Catalunya hacia adentro, y hacia todas las sensibilidades que pueda haber, sino también respecto a España. No para aguar nuestra exigencia de respeto y trato justo, sino porque justamente da más calidad moral, más fuerza cívica y, finalmente, más potencia a nuestra reivindicación.