La decisiva política alemana

Abrazo del oso a los socialistas

El 'sí' SPD a otra coalición con Merkel puede ser mortífero para los socialdemócratas europeos

CARLOS CARNICERO URABAYEN

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Conocemos la historia del oso: produce confort inicial caer en sus brazos, cuando hace frío y se es débil. Pero la contracción de sus pesadas extremidades termina produciendo asfixia. En la lucha libre, el abrazo del oso determina una posición dominante, con gran poder sobre el oponente, como preludio de la derrota segura.

La familia socialdemócrata europea observa con preocupación el paso firme con el que los socialistas alemanes (SPD) caminan hacia su segunda gran coalición bajo las órdenes de Merkel. Los resultados de la primera (2005-2009) fueron letales para el SPD, que en las elecciones del 2009 obtuvo el peor resultado de su historia, el 23%, frente al 34% del 2005. En estas elecciones apenas ha mejorado su marca (25,7%).

SI RESULTA QUE el abrazo del oso merkeliano de la primera gran coalición fue letal para el SPD, el segundo puede ser mortífero para toda la socialdemocracia europea, cuya debilidad le aconseja darse pocos lujos. La paradoja es que el SPD, que celebra este año su 150º aniversario, fue el partido progresista más influyente del mundo. Acariciando ahora un pedacito de poder en casa, puede contribuir al hundimiento de la noqueada izquierda europea.

La Unión Europea de la austeridad dogmática que patrocina Merkel no deja espacio para las políticas redistributivas de la izquierda. En la Europa del sur es especialmente desalentador comprobar cómo los mayores sacrificios, que implican los recortes y las reformas, los sufren los más débiles. Mientras las élites financieras, causantes originales de esta crisis, no solo no han visto apenas afectado su obsceno modelo de vida, sino que la crisis les ha dado nuevas oportunidades de poner más distancia con los que menos tienen. Gobierne la izquierda o la derecha, este esquema suele repetirse. Pero es peor, claro, para las fuerzas progresistas, cuya retórica utópica encaja todavía peor con los destrozos en el Estado del bienestar europeo.

¿Puede la entrada del SPD en un Gobierno de coalición con Merkel cambiar el rumbo de esta Europa? Mi vaticinio es negativo. El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, socialista y alemán, ha pedido a sus compañeros del SPD que condicionen su entrada en el Ejecutivo a un cambio en la orientación de la política europea. Schulz tiene buenas razones para sugerir tan noble condición, ya que en unos meses será el candidato de todos los socialdemócratas europeos para presidir la Comisión Europea y la pregunta no tardará en salir a la luz: ¿puede un cómplice en primer grado de la Europa merkeliana representar una alternativa progresista? Es difícil que el SPD logre un cambio en la política alemana hacia Europa. Primero, porque su posición negociadora es débil (25,7% de sufragios está muy lejos del 41,5% de la CDU). Segundo, porque sus «líneas rojas» en la negociación tratarán sobre sus prioridades expresadas en una campaña en clave interna, como la creación de un salario mínimo interprofesional y la subida de impuestos para las rentas altas. Y tercero, porque una triunfante Merkel ya expresó en la noche electoral cuál será su línea roja: «Continuaremos nuestra política europea, este es el mensaje más importante para los ciudadanos».

Quienes defienden la coalición en este lado del Rin suelen terminar arguyendo que se logrará que la política de Merkel sea menos dañina para Europa. El problema es que edulcorar una Europa conservadora no es una opción convincente. Produce frustración en los electores progresistas y consecuentemente malos resultados en las urnas.

ALGO SIMILAR ocurre en Europa. La Comisión Europea está compuesta por 28 comisarios, uno por cada Estado miembro. La mayoría es conservadora, pero hay una minoría de comisarios socialdemócratas que continúan resignadamente su pertenencia a una institución que no solo ha puesto en marcha una política económica errática -que ahora corrige tímidamente- sino que ha divorciado su retórica de la Europa del conocimiento de los resultados que producen sus recomendaciones, mutilando gasto público en educación y sanidad. ¿Podría haber sido peor sin comisarios socialdemócratas? Seguramente, pero el precio para su credibilidad es demasiado alto.

¿Podrá la socialdemocracia europea presentarse a las elecciones al Parlamento Europeo con un candidato alemán, aliado de Merkel, y con un mensaje contra la austeridad, habiendo sido partícipe de la misma? No de forma creíble. El SPD no ha explicado por qué ha descartado, sin apenas debate, un tripartito de izquierdas junto con los izquierdistas Die Linke y Los Verdes. Una opción arriesgada e inaudita, pero seguramente menos dañina que un abrazo del oso sobre toda la socialdemocracia europea.