El 'sí' de las niñas

EVA PERUGA

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El escritor y activista francés André Malraux dijo: «La palabra no, firmemente opuesta a la fuerza, posee una potencia misteriosa que procede del fondo de los siglos». Para más tarde añadir. «El esclavo dice siempre ». Son dos pequeños apuntes del discurso de  un hombre comprometido, en un acto de conmemoración a la resistencia francesa en septiembre de 1973. A las personas y al conjunto de nuestra sociedad les cuesta responder con un no, de ahí que muchas veces tenga que formar parte de un aprendizaje. Y en este, a las mujeres se las ha enseñado tradicionalmente a decir que sí. La finalidad complaciente del papel social en el que quedan incrustadas las féminas, ese antiguamente llamado recato -que era y es ni más ni menos que su eliminación de la competición de la vida pública- sigue vivo. Y, visto en perspectiva, asombra.

Cuando Leandro Fernández de Moratín estrena en 1806 la comedia El sí de las niñas carga  con las más poderosas críticas, entre ellas la de la Inquisición. Con la didáctica propia de la literatura ilustrada y el propósito crítico del teatro neoclásico, el texto cuestiona la diferencia de educación entre chicos y chicas y los matrimonios de conveniencia, el eufemismo para los matrimonios forzados.  Dos siglos después, la desigualdad en la educación se cronifica incluso en los países con más recursos y, por lo tanto más avanzados, según consta en los estudios hechos y constatan los profesionales del sector. Qué no pasa en los lugares en desarrollo. Desde ahí y desde esas culturas regresan las prácticas de esos matrimonios de «conveniencia»  que se habían erradicado ya. De hecho, en la reforma del Código Penal se ha tenido que atender esta regresión.  No hace un mes una niña yemení de 8 años murió por los desgarros vaginales causados por su marido (de edad adulta) en la equívocamente llamada noche de bodas, una violación amparada por las leyes y las sociedad yemenís.

Esta sería la situación extrema de un país y una educación enfocadas a la ausencia total de posibilidades de respuesta por parte de una fémina. Pero, más acá, se puede encontrar la sutileza del entrenamiento en la complacencia, mediante el cual a ellas se las mantiene en la creencia distorsionada de que pueden mantener feliz a todo el mundo. Un  contemporizador y lejano a la asertividad que envuelve identidades y proyectos. El esqueleto de esta predisposición, que acaba asumiéndose como un comportamiento normal, intenta calcificarse lo máximo posible en el convencimiento de ser  inferiores al hombre. Este ejército complaciente se conforma con poco y se define por estar integrado por «chicas buenas». Nada que ver con el no de Juana de Arco Antígona que el mismo Malraux apunta en su elogio sobre el decisivo no de los maquis en Glières al nazismo en la segunda guerra mundial.

Tanta es la importancia y la diferencia entre un  y un no de las niñas que, no por casualidad vinculado a las relaciones sexuales, se ha intentado extender  el mensaje de que cuando una mujer dice no, en realidad, quiere decir . Un gran escaparate para disculpar, en muchas ocasiones, la violación de las mujeres. El no resulta tremendamente agresivo cuando lo pronuncia una fémina porque, a la par, resulta sorprendente, inesperado procediendo de las personas educadas para reafirmar solo la opinión de los varones. Y el propósito está tan arraigado que en el mundo laboral, son ellas a las que más les cuesta ofrecer una negativa como respuesta, por ejemplo, a mayor números de horas trabajadas, imprevistos, salarios bajos, malos contratos o situaciones que, ante la posibilidad del rechazo masculino, reciben ellas. Como bramaba un ministro ante la pieza de Fernández de Moratín, el sí de la niñas será la ruina de la autoridad.