El fraude fiscal

Más allá del IVA del fontanero

La convicción social sobre el pago de impuestos ha caído drásticamente en los últimos años

CARLOS LOSADA

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Recuerdo que, a finales de los 70, no pagar impuestos pasó de ser algo admirable y tolerado, a ser progresivamente un comportamiento social deleznable, gracias a las reformas de los diversos gobiernos de la democracia recién instaurada. Quien no contribuía dejó de ser un listillo -hábil y admirable-  y pasó a considerarse un sinvergüenza, cuyo comportamiento nos afectaba a todos. De alguna manera, gracias a casos de personajes muy conocidos, nos fuimos homologando al conjunto de la Europa más cívica. La sociedad reaccionó a las políticas propuestas desde el Gobierno.

Con los años, parece que esa convicción social se ha desvanecido. Actualmente, desde los poderes públicos nos vuelven a enviar mensajes con la detención o procesamiento de famosos involucrados y castigados por Hacienda. ¿Reaccionaremos nuevamente? Lo veo más difícil. Ha decaído mucho la conciencia pública del valor de lo común. Todos tenemos nuestros argumentos y se oyen, sobre todo, justificaciones de aquellos que no cumplen con sus obligaciones fiscales.

La justificación está especialmente extendida para los pequeños fraudes a Hacienda: «¿por qué tengo que pagar si los ricos no pagan?», sin tener en cuenta a los muchos que sí pagan…; «no pago porque el Estado despilfarra», y se ponen ejemplos diversos como el de los coches oficiales (sin tener en cuenta los enormes ajustes hechos en sanidad, educación, y las muy bajas retribuciones del conjunto de los políticos); «no pago porque son unos corruptos», sin tener en cuenta que el porcentaje de corruptos es extraordinariamente bajo entre la clase política (casi todos los partidos políticos tienen un sistema de financiación que si no es corrupto roza la corrupción, pero no podemos decir lo mismo de los políticos que, en su gran mayoría, son gente honesta); «no pago porque los impuestos son muy altos», sin saber que, en muchas ocasiones, el tipo impositivo pagado es absolutamente homologable al resto de Europa, si bien es cierto que, en algunos casos, estamos en tipos máximos que habría que revisar.

Ciertamente, «pagar el IVA al fontanero» es una cantidad menor. Una prioridad mayor, es garantizar la tributación de las grandes empresas globales (Google, Starbucks). Pero lo cortés no quita lo valiente. El conjunto de pequeñas y medianas operaciones sometidas a tributación suma miles y millones de operaciones con un gran impacto sobre «nuestra» Hacienda pública. Decía Unamuno que la característica fundamental del ser humano es su capacidad para justificarse. El pequeño fraude y, sobre todo, el gran fraude es, sin duda, un claro ejemplo que da la razón al filósofo vasco. En definitiva, muchas excusas para justificar un comportamiento dañino para todos.

Y es que el problema va más allá del fraude del IVA, del que este es solo un exponente. El deterioro de la conciencia cívica es tan amplio que se empieza a ver como un enorme y grave problema social. Si se analizan los datos de la encuesta europea de valores, o las reflexiones que se han hecho a raíz de ella (como los estudios del profesor Elzo de la Universidad de Deusto con una muestra española, o del equipo del profesor Castiñeira de ESADE con una muestra catalana), nos quedaremos sorprendidos con esa tendencia social hacia un cierto hedonismo irresponsable. Solo dos datos para corroborarlo.

En 2000, los jóvenes consideraban que engañar en el pago de impuestos no estaba justificado (en una escala de 1 -totalmente injustificado- a 10 -totalmente justificado- era de 3). Diez años después, ¡está justificado! (6 puntos).

La preocupación por los conciudadanos y sus problemas, ya sea el paro, la atención sanitaria, de la gente del barrio, de la autonomía o de toda España, tiende a decrecer entre casi todos los grupos. Ante la pregunta ¿se siente implicado en los problemas del género humano? (hambre, guerra, explotación), el grupo de ciudadanos que se sienten implicados no ha dejado de reducirse. Si ya venía cayendo en las últimas décadas, entre el 2000 y el 2009 hemos pasado de un 23% a un 8% entre nuestros jóvenes.

Si esto es así y estas conductas no se reorientan, nuestro pronóstico es malo, independientemente de la crisis económica. O empezamos a pagar por todo aquello que nos toca, y esto nos da derecho a exigir más y mejores servicios públicos y políticas públicas, o nos adentramos en un camino de muy difícil retorno. Estándares sociales de calidad de vida y de convivencia ciudadana, hoy aceptados como irreversibles, se pueden convertir en recuerdos de un pasado maravilloso que ya no existirá.

La cultura de la responsabilidad cívica es hoy uno de los verdaderos problemas de nuestro país y debería ser central en el debate público.