Un fenómeno de nuestro tiempo

Captura de pantalla

Deberíamos recuperar el control de nuestra vida y no estar tan pendientes de terminales tecnológicos

JORDI RIERA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El concepto de captura de pantalla en el ámbito ofimático (en inglés, screenshot) se refiere a la obtención de una copia digital exacta e instantánea de la imagen que tengamos en nuestra pantalla en un momento preciso. Esta acción se ejecuta de diferentes maneras según el aparato que tengamos entre las manos, como por ejemplo pulsando el botón Imp-Pant en un PC o con un doble clic simultáneo de dos de los botones de un móvil, etcétera. Pero en los últimos tiempos observo y me impresiona comprobar cómo de manera progresiva, acelerada y silenciosa han sido las pantallas en todas sus formas, tamaños y modelos las que, con un doble clic imaginario sobre nuestras vidas, han pasado a capturarnos casi todos los rincones espacio-tiempo, invirtiendo así los roles iniciales.

Es un proceso que me tiene tan cautivado como sorprendido por la velocidad de los acontecimientos y por la absoluta y sumisa aceptación social e intergeneracional del fenómeno. Navegar a contracorriente en este río desbocado es como tener que aceptar vivir marginado en su orilla.

Pantallas de todo tipo (de smart-phones, tabletas, portátiles...), pero que tienen como denominador común el cada vez más habitual y visible sometimiento de la mujer y el hombre cabizbajos (de pie, sentados o tumbados), fijando la vista en las novedades que les ofrecen minuto a minuto las pantallas que los capturan. Secuestrados por una evidente y creciente ansia de recepción y emisión de nuevos pedazos de realidad que emergen de manera voluptuosa y caprichosa del trasfondo de nuestras pantallas, en contacto con familiares, amigos, compañeros de trabajo, con nosotros mismos (¡hay quien aprovecha para comunicarse con él mismo!), en resumen: con conocidos y desconocidos de todo el mundo mundial.

Y todo esto último ocurre ya en diferentes escenarios: comiendo con alguien, donde la pantalla ha capturado ya la mesa, la comida y a menudo la propia conversación y mirada de los dos comensales; caminando por la calle, bajando los ojos hacia la pantalla y chocando con las farolas o frontalmente con otros abducidos apantallados; en una reunión, donde cada vez más los reunidos solo están presentes físicamente porque sus ojos, sus mentes y quizá otras dimensiones de su personalidad migran hacia otros intereses; en nuestros parlamentos democráticamente elegidos, donde llevan a sus señorías a errores inexplicables en el momento de pulsar el botón de las votaciones; o también, dramáticamente, al volante de un vehículo, cuando la llamada de las pantallas puede resultar fatal.

De momento, pues, las pantallas ganan esta batalla e incluso preparan un nuevo formato: las gafas-pantalla. Pronto nos asustaremos cuando demos con los ojos de alguien -si es que queda alguien a quien mirar- sin intermediarios tecnológicos. La captura humana por parte de las pantallas está siendo una epidemia sociotecnológica muy poderosa, mientras crece viciosamente el ansia de inmediatez de los perdedores inconscientes. El presente lo vivimos ya casi en términos de pasado una vez pulsado el botón enviar. El deseo de capturar -especular- o reenviar pedazos de información de todo tipo es una actualizada forma de satisfacer la avidez de novedad y el deseo de tener, aunque sea en formato digital o líquido, por ejemplo, más seguidores (followers) que los otros. Pronto nada valdrá la pena ser mirado pausada, larga y placenteramente lejos de las pantallas y del enviar. De seguir así, pronto por la mañana abriremos las pantallas antes o en lugar de los ojos, si no pasa ya.

Me pregunto si todo esto no es muy parecido, con causas paralelas, a como pensaban y actuaban todos aquellos que nos llevaron años atrás, antes del crash del 2008, a la gran recesión que sufrimos aún hoy y por muchos años más. Es preciso que actuemos antes de que esta otra crisis se apodere también y decididamente de nosotros, una crisis en la que todos somos propietarios, especuladores e inversores de estas novedosas stock options de la comunicación humana.

Propongo, pues, que nos esforcemos en la recuperación del control de esta vida apantallada en la que estamos inmersos y reasumamos con criterio nuestro perdido rol autorregulador, porque esta vez y en esta crisis será completamente inútil e improcedente pedir un mayor nivel regulador del Estado. Dependemos solo y en todo caso del estado de cada uno de nosotros, de nuestra capacidad de darnos cuenta de los hechos, de ser personas y no solo individuos sumisos. En definitiva, de ejercer la propia y educativa capacidad de control y testimonio, que, parafraseando al pedagogo catalán Joan Bardina, debería resultar la fuente y el fruto principal de una buena y bien estructurada pedagogía de la voluntad en tiempos de vigilancia líquida.