Mamá solo hay una

EVA PERUGA

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Desde que el canciller alemán y su mentor político, Helmut Kohl, la llamaba mein mädchen (mi chica) siendo ya ministra en los años noventa, Angela Merkel ha avanzado hacia el olimpo de los grandes sin poder, en cambio, deshacerse de los estereotipos sobre las mujeres. El último de ellos acabar aceptando el diminutivo de madre (mutti, en alemán) como apelativo para referirse a ella. ¿Es que como máxima expresión del triunfo político, acreditato en las urnas, no merecería un estadista o gran líder política? No, mamá parece el reclamo ideal para una sociedad como la alemana que, paradójicamente, sufre un problema grave que preocupa mucho a la cancillera: el bajo índice de natalidad. Mamá y el verbo cuidar que lleva aparejado nos marca el camino de siempre.

El potente Estado del bienestar de Alemania, que cubre muchas necesidades de las mujeres sin catalogarlas como políticas activas para ellas, no ha derribado barreras arcaicas. A pesar de ser el único de toda la campaña y, por tanto, importante, la estrella del debate televisivo fue el collar con la bandera alemana que lució la cancillera. Por estar en primera línea, y sobre todo por ello, la mandataria  se encuentra bajo la discusión interminable sobre su apariencia física. No es casual que solo se contabilicen mujeres tan destacadas cada muchos años. Cuesta. No se lo puso fácil la masculina y patriarcal formación en la que escaló desde la base a la cima, la CDU, que destiló todo tipo de cuestionamientos machistas incluso cuando Merkel ganó por primera vez en el 2005. Y fue su rival, el socialdemócrata Peer Steinbrück, quien arrojó en la campaña que la cancillera se beneficiaba del plus de ser mujer. Sin duda ayudó a ampliar la base del voto femenino -hay 32 millones de electoras- de la mandataria, de cuya importancia ella es consciente.

Pero aquella joven tímida, que aplaudía de forma infantil, se mordía el labio y pegaba los brazos al cuerpo para no dar muestras de querer acaparar, domina ahora sus recursos tras su paso de niña a mujer política. Mantiene como marca de la casa una extensa variedad de chaquetas de color para recordar en su partido y fuera de él que está ahí. Y su maestría en el terreno del uso de los sentimientos recoge el triunfo de que los alemanes la vean, según descripción local, como una de los suyos. En esa línea se construyeron sus sencillas declaraciones, sin asomo de vanidad y llenas de agradecimientos, tras su contundente triunfo. Steinbrück retrató su derrota asegurando que no se había equivocado cuando era obvio que sí.

Merkel disfruta con esa modestia y retención en el ejercicio del poder cara al público. Una cercanía que gusta a los alemanes. ¿Es esa la manera femenina de ejercer el poder? Podría ser. En todo caso es la acertada en estos momentos de creciente brecha social. En la prensa alemana se comentaba que mejor que se la conociera como madre que como monstruo, por su política económica y su rigidez. Estimaciones que, en un sentido u en otro, no se utilizan con los hombres políticos. El llamado merkelavelismo (su pragmatismo) o la superación política tras cometer el parricidio contra Kohl, convergen más en alegorías que en el reconocimiento de su carisma ¿Porque el referente del carisma es masculino? El carisma, como hemos visto estos años, era un concepto sobrevalorado.

La imagen de Merkel es un ejemplo basado en el sí se puede femenino. Las puertas se le abrieron por estar cuando Kohl necesitaba dos cuotas que ella reunía, ser mujer y ser del Este. A pesar de estrenarse como ministra de la Mujer, no impulsa políticas para las féminas y Alemania no destaca en el índice relativo al género. Su presencia es  un tímido síntoma de que el mundo está cambiando. Y en él, el máximo elogio para una política no puede ser mamiPapis.