El modelo económico

El fin del crecimiento

Es una fabulación sin base creer que algún día la humanidad logrará una provisión infinita de energía

PAU NOY

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Todos los datos parecen indicar que el crecimiento económico, una de las esencias del modelo capitalista, está llegando a su fin. La noticia de que deba ser Portugal, con un escuálido 1,1%, quien lidere el último trimestre el crecimiento en la zona euro ilustra lo dicho. En el sistema capitalista no hay generación de empleo sin crecimiento, por lo que en España la tasa de paro ha pasado de un soportable 10% a la estratosférica cifra del 26% en solo cinco años. De los ansiados brotes verdes, anunciados para ya, no hay señales de vida.

A la vez que el paro se desboca, provocando un inmenso daño a millones de familias como muestra la estadística de rentas, la crisis hace que los ricos cada vez ganen más. El dato de que en el 2011 se batió el récord de la venta de coches de lujo supone algo más que una mera cifra simbólica. Aunque es bien evidente que cada uno defiende sus intereses, parece que hay un gran despiste sobre las causas de esta crisis. Bruselas, dominada por los liberales, ha respondido hasta ahora pidiendo nuevos ajustes, concretamente sobre las nóminas, aunque los costes de personal suponen solo el 10% de los costes totales de la industria española.

Desde el flanco izquierdo de la política, la solución pasaría por intensificar las políticas de endeudamiento para crecer, crear empleo y generar nuevos ingresos fiscales con los que se conseguiría retornar la deuda. Pero como en el mundo desarrollado nadie es capaz de crecer vigorosamente, existe el temor de que esa idea puede llevar aún a más sufrimiento.

¿Por qué no podemos seguir creciendo? En un mundo con recursos finitos, el concepto de crecimiento sostenido es un oxímoron en sí mismo. Pero respondiendo de forma concreta a la pregunta, la respuesta es clara. Y no es otra que porque se acabó el tiempo de la energía y materias primas a bajo precio. Si se analiza lo acontecido en los últimos 70 años se comprueba que existe una perfecta correlación entre crecimiento económico mundial e incremento de la necesidad de energía. El pico en el precio del petróleo en el 2008 puso fin a la época de la energía barata. Claro que hay otras fuentes de energía -gas, carbón, uranio y la eléctrica renovable-, pero ninguna de ellas posee la extraordinaria propiedad del petróleo de ser líquido a temperatura ambiente, lo que lo convierte en un recurso energético único. Hemos entrado ya en la era del peak-oil, momento a partir del cual no podemos mantener el nivel de suministro anterior; y a él seguirán en breve los peaks de gas, carbón y uranio. Por mucho que desarrollemos la energía eléctrica renovable en la escala nacional, no llegaremos a suministrar ni el 20% de la energía final que España consume. No hay alternativa, y para seguir creciendo necesitamos más energía y no podemos hacerlo con los precios actuales.

Ahora bien, los países en vías de desarrollo sí tienen tasas de crecimiento altas, aunque ninguno exhibe ya cifras de dos dígitos. La razón por la que ellos siguen creciendo y nosotros no radica en que su consumo energético per cápita es cinco veces inferior al español y hasta diez veces inferior al de un norteamericano medio. Consumen mucha menos energía y la mayor parte del gasto lo concentran en la producción de bienes que después Occidente compra a buen precio, por lo que consiguen internalizar sus costes energéticos. Estos países apenas gastan energía en vivienda ni en transporte, un sector que en España se lleva el 40% del consumo final de energía. Esta es la razón por la que estos países pueden soportar precios altos de energía y materias primas.

Hay quien cree que algún día la humanidad conseguirá una provisión infinita de energía. No hay ningún indicador científico que permita sostener tal fabulación. Pero hay soluciones a la crisis, aunque para salir del pozo hace falta un cambio de sistema global que nos lleve por la senda del modelo económico estacionario y sostenible.

Miles de personas en el mundo están dedicando sus esfuerzos a sentar las bases de este modelo que nos permita abandonar un capitalismo que no funciona. Las tres patas de este nuevo modelo son: el reparto del trabajo, con reducción proporcional de ingresos; la creación de una renta básica universal, a cambio de la cual los beneficiarios deben dedicar a la comunidad un tiempo de trabajo (quien no quiera trabajar, basta con que renuncie a la renta); y la eficiencia y la austeridad en el consumo energético para hacer posible un mundo basado en las energías renovables.

Hoy en el mundo hay suficiente riqueza y se puede generar suficiente renta como para que todos vivan de una manera digna y próspera. Lo que hace falta es repartir y compartir de una forma más justa y duradera los bienes y servicios que tenemos y generamos.