La otra mayoría silenciosa

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Merche Negro

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“¿Y tú, cómo te sientes?”

Es lo único que atino a decirle porque a ver qué coño le respondes a un padre que te está contando cómo no ha podido invitar a su hijo a desayunar. Aquella mañana habían ido al ambulatorio, el niño andaba bajo de glóbulos blancos y había que repetirle de urgencia la analítica. Durante el camino y en lo que amanecía, iban sonriendo. Porque para el crío lo del pinchazo tenía premio: el 'colacao' con repostería que caía inevitablemente después. Siempre he pensado que una cafetería al lado de un hospital es un negocio tan lucrativo como una papelería enfrente de un colegio. El azúcar y el ánimo hay que levantarlos lo más urgentemente posible y ahí al lado que se oye ruido de cafetera, estará bien.

“…Pues al principio no sabía si tenía vergüenza o rabia. Tenía que haber calculado mejor y tener algo en la cuenta”. Mi amigo está en el paro ya sin prestaciones, y mes a mes va tirando de lo que le sale y lo que tiene ahorrado de cuando las cosas iban mejor, porque claro que hubo un momento en que le fueron mejor, a mí también, y a todos. Me sobrecoge ver cómo va perfilándose menos sólido, como si la vida fuera pasando a través de él y cada semana, cada mes que le veo se me aparece más transparente. “Oye mira, que a todos nos pasa alguna vez: te vas a casa y le das un desayuno de campeón. No es tan grave”. Yo intento que no se me note el susto, y eso que sé que es una anécdota porque no está en una situación de desamparo inmediato. Varias veces le he dicho que si necesita dinero me pida, y varias veces más una (la que me vio venir sin pronunciarlo) se revolvió en la silla antes de negar. “Que no, que estoy bien, si lo sé no te digo nada”. Yo le vigilo así medio escorada para ver si despisto su orgullo y puedo avistar lo que realmente pasa.

“El niño me ha dicho: no pasa nada papá, verás como todo irá bien” – sigue desahogándose-. “Y no puedo decir nada, porque encima me siento gilipollas. Estoy aquí quejándome de no poder pagarle un bollo en un bar, con la que está cayendo ahí fuera”.

Informe del Síndic

Hablamos de los informes oficiales de malnutrición infantil que han sido publicados aquí en Catalunya las últimas semanas y que han servido para que se acusen unos políticos a otros de demagogia. Desde agosto están los datos circulando y poco o nada se ha hecho. La asociación de pediatras se indignó al instante señalando las estimaciones como erróneas, lo cual ayudó a la Consellera de Educación a salir a la palestra untándose de crema para la playa, guardando la pamela en la maleta y minimizando la profesionalidad de Síndic, autor del texto (una especie de defensor del pueblo). Sin embargo oh sorpresa, a la vuelta de vacaciones ya el tono era otro, y la asociación aceptaba la realidad de 50.000 niños catalanes, y sintonizaba con el informe en que algo habría que hacer.

Pero y contradictoriamente a la gravedad de la noticia no se habló más de ella, porque ya estábamos todos envolviéndonos en banderas por aquí, tan grandes que ocultaban la luz y el buen discernir. Y tan fuerte nos enredamos en ellas que nos quitaron y aún hoy nos quitan el aire. Mi amigo y yo estamos de acuerdo en esto, y sospechamos entre risas -que no alegrías- que los otros 611.656 parados de Catalunya también nos acompañan en la idea.

Humillación silenciosa

“Que yo se que es una estupidez, pero en agosto en la casa familiar de una amiga preguntó si podíamos llevarnos a casa el bote de Nocilla que había en la cocina”. Cualquier padre que le oiga entiende inmediatamente que ser capaz de hacer esto ( esto = ser padre) no es sólo dar tres veces de comer a tu hijo al día, que nos exigimos más aunque a veces no se pueda. Y que de esta frustración no sale nada bueno. Además, cualquiera que quiera a alguien tendrá que agarrarse los machos al escucharle contar esto en primera persona, porque rompe al más entero. Me cuenta que en cuanto volvieron a casa bajó al supermercado y le compró un bote de crema de chocolate que escondió hasta la mañana siguiente, cuando se lo puso frente al desayuno. Y que maldita sea la hora en la que le tienes que decir a tu hijo que esta semana no se compran galletas y hay que apañarse con las tostadas para ir alternando y que el queso hay que racionarlo. O que la nevera está medio vacía porque así es más fácil limpiarla y que además, estás harto/a de tirar comida a la basura.

No es malnutrición generalizada lo que hay aquí, desde luego que no. Nos ocupamos de nuestra prole con dignidad. Aunque el adjetivo en negativo no la hace invisible y los que intentan que así sea deberían mirarse al espejo más de diez segundos, quizá contar hasta cincuenta mil. No aguantarían la mirada, estad seguros. Pero sí empiezo a notar en mi amigo y en algún otro la epidemia de la humillación silenciosa y esto es lo que él, ya lo he descubierto, no me cuenta.

Nos despedimos con la promesa de vernos más pronto que tarde. “Tengo que estar más pendiente de él”. Me voy alejando en bicicleta, dudando de si tendré que añadir un chivato semanal en la agenda. Resulta anacrónico instrumentar la amistad así, pero la vida está siendo tan complicada que si he de musicalizar mis afectos con alarmas de móvil cada cierto tiempo para no perderlas, vaya si lo haré.

Silencio desconocido para los gobiernos

El gobierno central, el autonómico, local y el que corresponda deberían hablar más de estos silencios y no del de mayorías o minorías que no salen a manifestarte por vete tú a saber qué razones. Que por otro lado y tras el rato de hoy con mi amigo, se pueden ir todas (las del sí y las del no) al carajo. Si los que manejan las decisiones por nosotros quieren ser la voz de los que callamos más valdría que se informaran de qué es lo que nos hace no salir, no hablar, no decir, no hacer.

Yo de ser ellos, que no lo soy, intentaría entender que a la humillación le acompaña la vergüenza, que una noche harta de lloros esta se hace adúltera y duerme con la ira. Y que a veces, cuando la ira ya embarazada se informa para cargarse de razones, pare un niño que no dejará a nadie hablar sin permiso de él, en su nombre o en el de sus padres.

Este niño organizado, informado y que ha aprendido de sus mayores, será su fin. Pienso en el hijo de mi amigo y fantaseo con la idea de que quizá sea uno de ellos. Y me abro una nota en la agenda: “tengo que recordar contárselo la próxima vez que le vea”. Puede que le invite hoy, día de La Mercè, a él y a su hijo. Voy a llamarle a ver qué me cuenta. Si nos veis por ahí, sonreídle. Yo os haré un guiño pequeño y sigiloso a modo de regio agradecimiento, que para eso es el día de mi santo.