La Barbie terrícola

EVA PERUGA

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Desde dos mundos irreales, el de las modelos y el de las muñecas, se eleva uno real, el de las niñas. Los dos primeros echan el anzuelo de la fantasía para justificar un patrón que atrapa a la mujer en su propio cuerpo. Asistimos en los últimos años a la explosión social del Slow

Food, la arquitectura sostenible, la recuperación de los tejidos tradicionales o mil apuestas que intentan reconciliarnos con un mundo anterior y, por ello, considerado más auténtico. Comprar un tomate feo, fruto de un cultivo natural, parece una excelente elección para la salud. No es así en todo. Con las muñecas, por ejemplo, y su paradigma en las barbies. La brecha entre la realidad y el ideal que provoca el juego con las de dimensiones imposibles no entra en la conciencia colectiva como una constante artificiosa en la vida de las menores que las condiciona de forma negativa. La reproducción de la desigualdad resulta poco sana y poca sostenible.

Según un estudio sobre la mítica muñeca norteamericana, si las niñas tuvieran, en proporción, la medida de su tobillo caminarían a cuatro patas; con la de su cintura, solo tendrían espacio para medio hígado y unos centímetros de intestino, con su muñeca serían incapaces de levantar peso alguno y con su cuello ni tan siquiera la cabeza. ¿Por qué entonces a las pequeñas se las pone delante de un espejo distorsionador? El juego es atroz y solo el prólogo de lo que será una presión constante sobre su cuerpo y el juicio que se les hará a través de él. Una investigación llevada a cabo en Holanda constata que las niñas que juegan con muñecas más reales ingieren más alimentos que las del grupo que lo hace con las  irrealmente delgadas.

Idolatran muchos a esas muñecas artificiosamente sílfides de la misma manera que se idolatra el físico de las modelos. Bajo un mundo de hadas, de fantasía milimetrada, se mueve una realidad escabrosa y brutal de la que pocas modelos llegan a ser conscientes y, en un paso más, llegan a denunciar. Las que lo hacen como Katia E. o Sara Ziff, fundadora de The Model Aliance, destapan un mundo de abusos también con chicas menores. La indefensión de estas últimas choca en países en los que se protege a las menores que cantan o que actúan mientras que ellas no tienen ninguna protección y, por lo tanto, son víctimas de la explotación y los abusos sexuales.

Centrar la imaginación de las niñas en su contorno de cintura o su volumen de los muslos dice exactamente lo que la sociedad desigual espera de ellas. En estas semanas, la industria de la moda exhibe sus productos. Las creaciones de sus profesionales ejemplifican, como todas las creaciones, la brillante capacidad del ser humano. Acostumbrarnos a ver los desfiles con mujeres y hombres más acordes con todas y todos forma parte de su responsabilidad como miembros de una industria productiva y como líderes de tendencias. De la forma de inducir el pensamiento de las niñas depende, como mínimo, el 50% de nuestro futuro.

Así la reproducción del estereotipo de la mujer como objeto, de deseo o no, no genera más beneficios, ni mayores ventas, solo da alas a un grave conflicto entre la realidad y el humo que se vende. Imaginar la disposición de las estrellas mirando al cielo o la magnitud de la creación en una secuencia de colores de las células resulta a la postre un beneficio para la sociedad mayor que alentar la generación de adultas con problemas alimenticios, con baja autoestima o con escasa capacidad para dar cuenta del mundo al que se enfrentan. No las timemos más. Las medidas no tienen nada que ver con la economía y todo con un mundo a dos niveles. Jugar forma parte de la socialización y esta debe estimular. Es cuestión de dar la talla.