No se puede detener un torrente con una espada
El soberanismo ocupa el espacio central de la política catalana que durante décadas había protagonizado el catalanismo
Iñaki Anasagasti
Senador del PNV por Vizcaya.
IÑAKI ANASAGASTI
He tenido estos días, tras el ataque de un grupo de la extrema derecha a la librería Blanquerna, varias experiencias sobre la situación catalana. En los distintos programas a los que he ido el argumento de base que se opone a cualquier tipo de diálogo y de considerar siquiera de lejos la posibilidad de ejercer el derecho a decidir, el argumento intocable es que la soberanía reside en el pueblo español y que España es la patria única e indivisible. Y se acabó. No hay más. De momento no dicen, aunque lo piensan, que para parar cualquier veleidad está el artículo 8 de la Constitución que da al Ejército la responsabilidad de preservar la unidad de España. Y se acabó. Palo y tentetieso.
Y así poco se puede avanzar. Yo les digo que en 1978 había solo dos demandas de autogobierno, que la gallega estaba también ahí, que Madrid jamás pensó en ser autonomía, que el 23-F y la LOAPA hicieron descarrilar el proceso, que los militares presionaron para lograr uniformizar el proceso y hoy es inviable pero que eso no es culpa nuestra sino de ellos, que Ibarretxe siguió los caminos constitucionales y el PP y el PSOE se negaron a admitir tan siquiera a trámite la modificación del Estatuto de Gernika, que el Rey carece de la menor capacidad mediadora como nos apuntan, y que como decía Azaña no se puede parar un torrente con una espada.
Les entra por un oído y les sale por otro. España es, como en tiempos de Franco, Una, Grande y Libre. Pero los problemas se enconan.
La nueva hegemonía
El soberanismo ocupa el espacio central de la política catalana que durante décadas había protagonizado el catalanismo. Es el único proyecto político claro y definido en Catalunya; con capacidad de movilización y de generar esperanza. No es una invención política. Todo lo contrario. Es un movimiento muy profundo, liderado desde la sociedad civil y seguido desde la política por cálculos electorales. Una parte importante de las nuevas generaciones defienden la independencia de la misma forma que sus padres y abuelos clamaban por la 'llibertat, amnistia i Estatut d'autonomia'. Y precisamente para muchos de quienes vivieron la Transición y los intentos fallidos de encontrar un nuevo encaje de Catalunya en España, la independencia significa la posibilidad del 'reset', de empezar de nuevo. La posibilidad de alejarse de la degradación que sufren las instituciones del Estado.
Derecho a decidir
El porcentaje de ciudadanos que se muestra favorable a la independencia ha crecido de forma muy rápida en los últimos años y ya supera el 50%, pero, según todas las encuestas, es mucho más amplio el consenso en torno al derecho a decidir (70%). Es un movimiento transversal que no admite el análisis simplista de atribuirlo a la estrategia del nacionalismo conservador. Es más, en la cadena humana de vía catalana existió una notable presencia de los sectores tradicionales de la izquierda. El deseo de 'decidir' ha alcanzado tal fuerza en Catalunya que resultará muy difícil 'reconducirlo' hacia cualquier pregunta que no pase por la opción de independencia 'si' o 'no'. De aquí la extrema dificultad de los recién iniciados contactos entre los negociadores de Mas y Rajoy.
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