La carrera olímpica

Una apuesta modesta

Barcelona es una marca poderosísima, pero eso no le basta para lograr los Juegos de invierno del 2022

ANTONI SERRA RAMONEDA

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El gran periodista que fue Julio Camba explica que en los años que fue corresponsal en Alemania se esforzó en aprender la lengua del país. Solo en parte consiguió su empeño, pues tropezó con la dificultad de los géneros gramaticales al no existir en alemán regla alguna, ni siquiera con excepciones, para discernir si un sustantivo es masculino, femenino o neutro. Él encontró un truco para salir del dilema al enterarse de que en la lengua germana todos los diminutivos se convertían en neutros. La solución era ingeniosa, pero no dejaba de provocar situaciones chuscas que narra el propio Camba, como los ojos atónitos de un colega alemán al oír describir como jardincito el espacioso Tiergarten, que con muchas hectáreas ocupa el centro de Berlín, o describir como hombrecito a un gigantón prusiano de cerca de dos metros y más de cien kilos.

Viene a cuento este exordio por el reciente anuncio del alcalde Trias de que posiblemente Barcelona presente su candidatura a los Juegos Olímpicos de Invierno del 2022. Ya sé que el anteproyecto no prevé celebrar las pruebas de esquí alpino en el Tibidabo sino en las laderas del Pirineo oriental, donde existen estaciones que congregan a miles de aficionados siempre y cuando cuando dispongan de nieve suficiente. Recuerden: cada año a partir del mes de noviembre los hoteleros y otros propietarios de las instalaciones que la práctica del esquí precisa miran ansiosamente el cielo y las previsiones meteorológicas con la esperanza de una inminente caída de copos de nieve. Hay años aciagos en los que el gozo cae en el pozo y las precipitaciones son muy escasas. Otros años tardan mucho en producirse, aunque luego lo hagan en abundancia ya pasadas las vacaciones navideñas. Bien es cierto que también, por desgracia no muchas veces, los dioses se muestran favorables y ya desde el principio del otoño y hasta bien entrada la primavera nuestras montañas muestran un deslumbrante aspecto. La aleatoriedad impera y un estadístico diría que la varianza de nuestra temporada hábil para el esquí es considerable.

Que los llamados cañones de que gozan la mayoría de nuestras estaciones compensan parcialmente esta aleatoriedad es innegable. Pero las imágenes que hemos podido ver en la televisión de un estrecho pasillo blanco por donde se deslizan con sus tablas y bastones los devotos de este deporte rodeados de prados y montañas donde predominan las tonalidades verdes y marrones dan una sensación de remedo, de quiero y no puedo, impropia de una competición a la que está llamada a participar la flor y nata del esquí mundial.

Precisamente esta semana he leído que la ciudad de Oslo ha celebrado un referendo cuyo resultado ha sido favorable a la presentación de su candidatura para el 2022, por lo que Barcelona tendría que competir con la capital nórdica. Formidable contrincante, sin duda alguna, por toda clase de consideraciones que no precisan comentario. Pero es que el mero nombre de Oslo evoca nieve, frío y montañas y ciudadanos patinando por el hielo, mientras que las imágenes que se asocian con Barcelona son las de unos ciudadanos gozando del sol en la playa mientras se divisan al fondo las puntiagudas torres de la Sagrada Família. Que, como dijo el alcalde, la marca Barcelona es poderosísima no puede ponerse en duda, pero como bien saben los publicitarios toda marca está asociada a un tipo de producto.

No lamentaría equivocarme. Al contrario, lo celebraría. Pero tengo la sensación de que la probabilidad de que Barcelona salga triunfante de esta contienda, a la que se pueden unir otros peligrosos candidatos, es reducida. Ello no significa desaprobar la iniciativa del alcalde, si se confirma. Porque aunque de la presentación el único resultado que se consiguiera fuera que la línea ferroviaria Barcelona-Puigcerdà dejase de ser una reliquia del siglo XIX, el esfuerzo ya habría valido la pena visto el fracaso que han conocido los otros medios hasta hoy utilizados para convencer al Ministerio de Fomento del beneficio social de esta modernización.

Pero si Julio Camba se mostraba modesto al describir el Tiergarten por razones idiomáticas, nosotros debemos serlo para evitar desengaños y despechos. Para evitar despilfarros y gastos innecesarios. Y no hacer como la rana de la fábula de Fedro, que de tanto hincharse de aire para hacerse tan grande como el buey que la provocaba reventó. Porque su piel daba para lo que daba. Ofrezcamos los recursos naturales que tenemos y nuestra capacidad organizativa ya demostrada. Y si los miembros del COI se inclinan por otra alternativa, en lugar de lanzarles improperios deberíamos invitarles a tomar una no sé si relajante pero cuando menos gustosa copichuela, y no forzosamente de cava, en alguno de los múltiples bares que pueblan el casco viejo de nuestra ciudad. Economista.