La otra guerra siria
Eva Peruga
Defensora de la Igualdad de El Periódico
EVA PERUGA
Sucedió en torno a la segunda guerra mundial y la historiadora norteamericana Mary Louise Roberts lo documenta por vez primera en el libro-denuncia What soldiers do. Sex and the american GI in World War II France. No debería sorprendernos, pues este estudio ahonda en cómo el hombre utiliza el sexo como arma de dominación de las mujeres. En este caso, los soldados de EEUU actuaron de brazo ejecutor de un país naciente como primera potencia frente a la que entonces se deslizaba hacia abajo, Francia. «El Ejército consideró la cuestión de la prostitución y de las violaciones como una manera de establecer una forma de supremacía», declara la profesora de la Universidad de Wisconsin (Madison) al diario Le Monde.
No fue, desde luego, el primer conflicto armado en el que las violaciones o la prostitución masiva formaban parte de un juego de matrioshkas. Aunque no fue hasta los años 90 cuando se tomó conciencia de esta conculcación de los derechos humanos en la que a las mujeres se las utilizaba como instrumentos, desposeyéndolas de su condición de personas y, además, pagando por ello la culpa con los suyos y con el enemigo.
Hasta que el horror de Ruanda y de Bosnia rescató del silencio las agresiones sexuales poniendo números a su lado, millones de mujeres habían sufrido no solo las agresiones en los conflictos bélicos sino que habían arrastrado las secuelas (embarazos no deseados, infecciones, estigmatización en la propia comunidad) para siempre sin constar nada de ello. No ha sido suficiente.
Sucede hoy en la guerra de Siria. Organismos y oenegés internacionales ya tienen acreditados secuestros y violaciones por parte de las fuerzas gubernamentales y de la milicia Shabbiha, pro-Asad, en los controles viales, las detenciones o los asaltos a los domicilios en busca de rebeldes. En uno de los testimonios recogidos por la ONU, un médico denuncia el caso de una paciente, una joven siria cuyo hermano fue forzado a violarla por las fuerzas de seguridad de su país. Alertan los expertos de que resulta difícil recopilar testimonios femeninos por el conservadurismo de la sociedad, que a pesar de vivir un proceso de liberación del dictador carga sobre las mujeres las agresiones sexuales sufridas.
Una respuesta cínica. Como la recogida en el libro de Roberts cuando, ante la ola de violaciones desatada en la zona francesa liberada por los norteamericanos en 1945, las autoridades locales quisieron frenarla con la propuesta a las fuerzas de EEUU de adoptar un sistema de prostitución reglamentada. Recibieron un no con el argumento de que las esposas y las novias de esos soldados no podían ver en los medios de comunicación la existencia de tal práctica organizada. Y las francesas quedaron ignoradas bajo un manto de impunidad que hasta entrados ya en el siglo siguiente la ONU no intentó derribar con un par de resoluciones (la 1820 y la 1888).
Es aún un desafío romper el eslabón que une la escalada de cualquier conflicto con el aumento del riesgo de violencia sexual y de género. Tal vez porque la cadena tiene piezas por delante y por detrás que permanecen ocultas. ¿Qué ha sido de los hijos de las mujeres violadas en el conflicto de los Balcanes? ¿Se investiga el caldo de cultivo anterior a los conflictos? Roberts destaca que en el diario del Ejército de EEUU Stars and Stripes se presentaba a Francia, antes de 1945, como una especie de burdel, completamente erotizada. No deja de ser la ceguera de siempre.
Seguirá sucediendo que las agresiones a las mujeres no empezarán ni acabarán en el momento de perpetrarse. Acabar con ellas pasa obligatoriamente por enterrar la impunidad que todavía sobrevive. Y pasa por desterrar la ciudadanía de segunda y la supremacía masculina. Esa es una guerra gorda. Pero puede suceder.
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