La encrucijada catalana

La ciudadanía dibuja el camino

La obligación de todos es hacer lo que prometimos hace solo unos meses: votar en una consulta

ORIOL JUNQUERAS

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El motor  del país es su gente. Así es, afortunadamente. La exigencia democrática de decidir nuestro futuro colectivo votando responde, sobre todo, a la voluntad de una sociedad que anhela decidir, que quiere tomar la palabra, que ha decidido que nadie más seguirá decidiendo por nosotros. Que el futuro es nuestro y lo queremos bien nuestro.

Es la sociedad catalana quien está marcando los tempos de este proceso democrático frente a aquellos que dudan o aquellos que no quieren que nadie vote. Porque esta es hoy la única dicotomía existente: los que queremos votar y los que no nos quieren dejar votar. Afortunadamente, también, el país está cohesionado, es consciente de su pluralidad y ha tomado conciencia de que no debe resignarse a vivir en un Estado español que no solo no ayuda sino que desatiende las necesidades básicas de nuestra sociedad, que genera problemas en lugar de aportar soluciones.

Desgraciadamente, sufrimos un Estado que no está al servicio de la ciudadanía. Y esto es precisamente lo que queremos y necesitamos: un Estado al servicio de los ciudadanos y una sociedad más libre, próspera y justa. Esta es nuestra esperanza y hoy tenemos la oportunidad histórica de construir este Estado, y hacerlo desde el principio: la República Catalana.

El miércoles, Onze de Setembre, tenemos un gran reto: la Via Catalana per la Independència, un proyecto ciudadano, de todos, determinante para marcar el camino, los tempos y los acontecimientos. La movilización popular es vital y lo seguirá siendo, es el temple y la pulsión de la ciudadanía lo que dibuja el ritmo y el camino. Y la obligación de todos los que tenemos responsabilidades, sean de uno u otro  tipo, es escuchar el clamor de la gente y hacer lo que nos comprometimos a hacer tan solo hace unos meses: poner el futuro del país en manos de la gente. Bastaría con hacer un repaso de los hechos vividos a finales del verano del 2012 y durante el otoño. De la masiva manifestación que vivió Barcelona, de la lectura inequívoca que se hizo y de la convocatoria electoral posterior con la promesa de celebrar una consulta en el frontispicio.

Esto, el derecho a decidir a través de una consulta, fue el leitmotiv de la campaña electoral de noviembre y el veredicto de las urnas fue inapelable, con una clara mayoría a favor, una mayoría que todas las encuestas no hacen más que ratificar y ampliar día a día. Los ciudadanos catalanes quieren votar y decidir libremente el futuro, los de Alcanar y los de Cornellà, los de Vic y los de Reus, los de Barcelona y los de Figueres, los de Lleida y los del Pirineo. Todos, hablen la lengua que hablen, vengan de donde vengan, estamos llamados a decidir el futuro y a aceptar el veredicto democrático de la mayoría. Y lo queremos hacer cuanto antes, tenemos una fecha en el horizonte, el 2014. Empujemos para hacerlo posible y será una realidad. Ya sabíamos que en el camino encontraríamos dificultades, sabíamos que no sería fácil. Estábamos advertidos. Ahora toca arremangarse y trabajar sin desfallecer, nos jugamos el futuro, un futuro digno para nosotros y nuestros hijos o, en su defecto, seguir en este laberinto sin salida, de sumisión política y económica, de subalternidad.

El camino de la libertad ha comenzado y no tiene marcha atrás, hace demasiado tiempo que esperamos, nos hemos cargado de paciencia, lo hemos intentado todo. El catalanismo ha hecho todo lo que ha podido y más para llegar a un entendimiento con el Estado español. Este camino está agotado, los hechos demuestran su inviabilidad, e insistir en él solo puede traer más frustración y más sufrimiento para una sociedad que anhela vivir y convivir en paz y libertad. El proceso es sólido porque su fortaleza responde a la voluntad de la gente, la verdadera protagonista del proceso que estamos viviendo.

Y no tengo ninguna duda de que nuevamente, incluso más que nunca, la ciudadanía se expresará con claridad, masiva y pacíficamente, este miércoles en la Via Catalana. Una movilización como no se ha visto nunca en Europa, una demostración incontestable de la voluntad de la ciudadanía catalana. Un fenómeno de esta magnitud debería invitar a reflexionar a todos, no solo por su singularidad sino por su fuerza, porque nace del corazón de la gente, de los anhelos de la gente, de sus ilusiones y esperanzas. Es la hora de que hable el pueblo. Empujemos para que sea así, todos estamos llamados a eso tal como dejó escrito el poeta de Burjassot, Vicent Andrés Estellés:

«No et limites a contemplar

aquestes hores que ara vénen,

baixa al carrer i participa.

No podran res davant d'un poble

unit, alegre i combatiu».