La encrucijada catalana

Sobre las elecciones plebiscitarias

Es imprescindible que las papeletas solo tengan una lectura y no se mezclen los temas de campaña

XAVIER ARBÓS

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El éxito de la convocatoria de la Via Catalana a la Independència ya me parece indiscutible, y el soberanismo puede estar satisfecho de ello. Aun con eso y con el peso del independentismo en las encuestas, por desgracia todavía no se ven signos de que el Gobierno central se mueva en la dirección de facilitar una consulta legal al pueblo de Catalunya. Una consulta para que la ciudadanía manifieste si es favorable o no a la secesión. Si no es posible, dicen algunos independentistas que lo que hay que hacer es convocar unas elecciones plebiscitarias. Las elecciones autonómicas son un mecanismo legal a través del que se expresa la voluntad del pueblo, y pretenden que sean a la vez un plebiscito: el voto por una candidatura independentista será también una la independencia. Así, si ganan las candidaturas partidarias de la secesión se entenderá que la mayoría del pueblo quiere salir de España. En estas condiciones, y aunque la legalidad no lo amparase, el Parlament de Catalunya tendría suficiente legitimidad como para declarar unilateralmente la independencia.

ESPERO no haber distorsionado los argumentos favorables a proclamar la independencia después de unas elecciones plebiscitarias, porque quisiera saber explicar de manera convincente mi desacuerdo. Pienso que la calidad democrática de una decisión debe tener en cuenta mayorías y minorías, pero también las condiciones en las que cada persona puede formar el criterio que decantará el sentido de su voto. En esto muchos estamos de acuerdo, al margen de lo que pensemos sobre la independencia de Catalunya; lo confirma que las elecciones plebiscitarias no son la primera opción para casi nadie. Ahora bien, para mí son un sucedáneo que no veo equivalente a una consulta centrada exclusivamente en una pregunta sobre la independencia. Mi discrepancia tiene que ver con la claridad.

En primer lugar, y empezando por los hipotéticos resultados, me parece que sería complicado interpretarlos. El sistema político catalán es parlamentario, y así lo definimos porque el Govern se forma cuando un candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya cuenta con una mayoría de diputados que quieren que lo sea. Gana el Govern quien gana en escaños, y son los escaños los que hay que sumar. Ahora bien, no se ha dicho todavía qué habría que sumar para considerar que el sentido plebiscitario de las elecciones arroja uno unnoa la declaración de independencia: ¿escaños o votos populares? Podrían no coincidir ambas mayorías en el mismo sentido. Y si, en vez de considerar los votos populares en toda Catalunya, contamos las mayorías en cada una de las cuatro circunscripciones, quizá hay una con una mayoría de votos opuesta a la que se da a las otras tres.

Estas dificultades podrían superarse. Solo sería preciso que los que quisieran entender los resultados electorales en clave de plebiscito dejaran antes bien claro qué es lo que tendrán en cuenta con respecto al número de escaños, al número de votos y el ámbito en el que se deben considerar. Pero me temo que hay otro tipo de problema planteado por las elecciones plebiscitarias. Un problema sin solución, que es el de la mezcla entre lo que es inherente a las elecciones al Parlament y lo que es propio de un plebiscito, y más si es sobre la independencia. Decidimos la composición del Parlament de Catalunya con una papeleta que incluye nombres y que detrás tiene un programa con prioridades políticas. Tenemos muchas opciones, y no tenemos que esperar más de cuatro años para reiterar o rectificar nuestra preferencia. En cambio, en los plebiscitos solo podemos decirono, y no sabemos si se nos volverá a preguntar para rectificar nuestra decisión.

NO HAGO la comparación para oponerme a una consulta, porque me gustaría que hubiera una. Cuando menos, para salir del conflicto político en el que nos encontramos. Pero del mismo modo que no querría unas elecciones sin una campaña que permitiera contrastar los programas de legislatura, no desearía que el debate sobre las ventajas e inconvenientes de la independencia se tuviera que mezclar con el de lasvegueries o el impuesto de sucesiones, por poner dos ejemplos de aquello que es propio de las elecciones parlamentarias.

Una cosa es lo que tiene que hacer Catalunya en los próximos cuatro años y otra es si tiene que hacerlo dentro o fuera de España. Esto último no se ha planteado nunca en los últimos 300 años, y lo que resulte puede marcar a una generación. Por eso considero imprescindible que no se mezclen los temas de campaña y que las papeletas solo tengan una lectura.