MIRADOR

¿Ya está todo decidido?

JOAQUIM COLL

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En pleno mes de agosto, el alcaldeXavier Triasordenó retirar la histórica placa de la fachada del Ayuntamiento de Barcelona que rezaba, sin más referencias, «Plaza de la Constitución». El artístico relieve llamaba la atención, y hacía referencia a que, una vez, la plaça de Sant Jaume cambió su nombre en honor a la Constitución de 1837. Fue en 1840, con la reforma de la plaza y el derribo de la vieja iglesia de Sant Jaume. El centro político de Barcelona alcanzó entonces sus actuales dimensiones. En 1845, esa constitución fue derogada por otra de signo conservador y la plaza recuperó su anterior nombre, en recuerdo de la derruida iglesia. Pero la placa, de estilo barroco y neoclásico, obra del escultorCeldoni Guixà, sobrevivió a ese cambio político y a todos los de los siguientes 173 años. El franquismo, poco amigo de las libertades constitucionales, tampoco la retiró, tal vez porque quedaba ya muy lejos. En 36 años de democracia, nadie había objetado nada en contra de su permanencia en la fachada del consistorio.

Si se tratase de un hecho aislado, al margen de la convulsa situación que vive Catalunya, no habría que atribuirle demasiada importancia; a lo sumo sería un lamentable desprecio a la memoria histórica de la ciudad. Por desgracia no es así. Hace tiempo que no solo se intenta reescribir la historia, sino que se borran aquellos símbolos o difuminan las referencias que nos vinculan, cultural e históricamente, con el resto de España. Dicha placa constituía a los ojos del soberanismo intransigente un recuerdo españolista que convenía eliminar con cualquier pretexto; parece ser que algún turista creía encontrarse en, ¡oh, horror!, la plaza de la Constitución. Es una decisión sobrevenida que no figuraba en el programa electoral deTrias. Se ha aprobado por el control ideológico que ERC ejerce hoy sobre CiU.

No es un hecho aislado sino otro ejemplo del proceso de manipulación del imaginario colectivo que nos presenta la secesión como el paso natural y lógico. Tras la pasada Diada, en muchos municipios donde gobiernan CiU y ERC ondeanesteladesen espacios públicos, como si fuera ya la enseña oficial. Paralelamente, se inician procesos para eliminar las referencias a España o a la Constitución en la toponimia de plazas y calles con la excusa de recuperar otros nombres. Hay simulacros de consultas, como en Sitges, donde solo participaron 600 vecinos sobre 28.000. En esos casos, los resultados nunca son muy convincentes, pero el cambio se efectúa igualmente.

El soberanismo apela constantemente al ejercicio de la democracia, a no tener miedo. Nos llama a decidir entre todos el futuro de Catalunya. Pero a menudo actúa con poco respeto a las formas, con gestos que anticipan el final, pues parece que ya está todo decidido.