El accidente del metro de Valencia

La salida del túnel

Siete años después, las familias de las víctimas ven la posibilidad de conseguir una reparación moral

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TONI MOLLÀ

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Otra vez las impactantes imágenes de un tren convertido en amasijo de hierros, la incredulidad, el horror, el sinfín de preguntas. Para muchos, las imágenes del accidente de Santiago se superponen a las del metro de Valencia, de aquel 3 de julio del 2006 en plena euforia institucional por la visita del PapaRatzinger. Siete años después, y a pesar de los 43 muertos y 47 heridos, nadie ha asumido responsabilidad política ni penal alguna. Desde el principio, el maquinista muerto fue señalado como único culpable. Pero la tenacidad de la asociación de víctimas y de un puñado de periodistas acaba de conseguir que la fiscalía pida la reapertura del caso al advertir «hechos y datos nuevos que en su momento no se valoraron, que pudieron afectar al estado de la unidad siniestrada».

En el 2006, el matrimonio de convenienciaCamps-Rita Barberàflotaba sobre un discurso entre vaticanista y hollywoodiense que fiaba la prosperidad a una política de grandes eventos. La misma visita papal tuvo formato megafallero. El accidente emborronaba el guión Disney -we sell happiness- que el PP valenciano tenía como biblia de referencia. El Consell respondió al dolor con una insultante beneficencia, llegando a ofrecer puestos de trabajo públicos a las víctimas del accidente o sus familiares a cambio de no presentar demandas judiciales. El ultracatólicoJuan Cotino,todavía hoy presidente de las Corts Valencianes, fue el correveidile oficiante.Camps,siempre solícito con princesas y purpurados de alta graduación, nunca recibió a la asociación de víctimas. La oposición política forzó una comisión de investigación, que acabó siendo la más corta de la historia parlamentaria. Los comparecientes contaron con el asesoramiento de la consultora HM&Sanchis, que cobró más de 620.000 euros públicos para preparar el discurso y hasta su comunicación no verbal. Todo, con tal de dar carpetazo y eximir a los gobernantes.

Durante estos años, la asociación de víctimas ha clamado en el desierto. A sus reivindicaciones se ha respondido con silencios, mentiras e informaciones sesgadas que extendieron sobre Valencia una amnesia orwelliana. Las complicidades políticas y mediáticas confirmaron en la tierra deLuis Vivesy deJoan Fusterel paradigma de lo queElisabeth Noelle-Neumannllamó la espiral del silencio. Una técnica de desinformación que perfecciona los once principios deGoebbelsy eleva la calumnia y la patraña a categoría de verdad. El terreno estaba abonado en un país donde la hegemonía simbólica de los sectores más oscurantistas y antiintelectuales ha hecho de la ignorancia y elmenfotismeindividualista armas de abducción masiva.

El día 3 de cada mes, la asociación de víctimas convoca a las puertas de la catedral un acto de memoria y reivindicación contra el silencio mediático y social. Solo algunas voces tenaces como la de la periodistaLaura BallesterenLevante-EMV, un reportaje de la revistaInterviu o informaciones puntuales en las ediciones locales deEl MundoyEl Paíshan ayudado a la asociación a mantener viva la esperanza. La «guerrilla semiótica» que recomendabaUmberto Ecoante la función narcotizadora de los medios cuajó, finalmente, en el documental0 Responsables producido por Barret Films y dirigido porVicent Peris,un enorme periodistafree lance. El documental subraya las contradicciones de la versión oficial y denuncia, precisamente, los «resortes del silencio» contra los queNoam Chomskylleva años aleccionándonos.

En este punto llegóJordi Évole,que se perfeccionó a sí mismo en una edición deSalvados-¡un programa de servicio público en un medio privado!- dedicado a la gestión política y informativa del accidente y sus consecuencias. El títuloLos olvidados fue más que explícito. Su gran audiencia abonó convocatorias masivas de la asociación de víctimas y se creó un nuevo clima de opinión ante la impostura oficial. Más allá de la tecnofilia de los más esnobs, el periodismo de papel y el compromiso deÉvole han hecho saltar por los aires la conjura silenciosa. Twitter y muros virtuales a parte, la opinión pública exige más que nunca un periodismo profesional ejercido por gente comoLaura, VicentoJordi,mis héroes.

Por fin, una gran pluralidad de voces «contra lo existente» se ha impuesto a la espiral del silencio y abre un horizonte de esperanza en el País Valenciano. Hace siete años decíamos aquí mismo (La ciudad excesiva, 10/VII/2006) que aquel accidente «no necesitaba un debate moral, sino claramente político». Pero sin la reparación moral de las víctimas, este país no tiene ningún futuro político. Por desgracia, la tragedia de Santiago nos depara la oportunidad de comprobar si los gobernantes han aprendido algo del accidente de Valencia. Los buenos periodistas estarán vigilando.