RELATO historias del gran norte / y 5

Groenlandia

Uummannaq tiene 1.300 habitantes y aun así es la 12ª ciudad de Groenlandia, la isla más grande del mundo pero que, cubierta en el 85% de su superficie por un campo de hielo, solo tiene 56.000 habitantes.

por XAVIER MORET

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Fui a Groenlandia con un dato en la cabeza: en la isla más grande del mundo viven solo 56.000 personas. Me parecían pocas, pero tras recorrer el país me parecieron incluso demasiadas. Vale que en la capital, Nuuk, viven 17.000, y en la segunda ciudad, Sisimiut, 5.000, pero da la impresión de que casi toda la gran isla (¡más de dos millones de kilómetros cuadrados!) está cubierta por el hielo. Y no es, ciertamente, una impresión falsa, puesto que el 85% del país está ocupado por un inmenso campo de hielo de 2.500 kilómetros de largo, por 1.000 de ancho, con un espesor medio de 2.300 metros. En resumen: hielo, mucho hielo.

La conclusión que sacas es que solo la costa de Groenlandia es habitable, y no toda. Sobre todo la costa oeste, donde se encuentran las principales ciudades. La verdad es que la mayoría son, como mucho, pueblos grandes, con casas pintadas de colores, un puerto donde recala la flota pesquera, grandes depósitos de combustible y poco más, pero les gusta llamarlos ciudades. Cuando desembarcas en Sisimiut, por ejemplo, echas a andar y, antes de que te des cuenta, ya estás saliendo de la ciudad. Y fuera de la ciudad solo hay páramo, nieve, hielo, aves, renos, osos polares y bueyes almizcleros.

Lejos de las multitudes de Sisimiut (¡5.000 habitantes!), mi pueblo preferido de esta parte de Groenlandia es Uummannaq. De entrada, por el nombre, que además de tener una sonoridad genuinamente inuit significa forma de corazón, debido a que sus dos picos, vistos de lejos, dibujan algo parecido a un corazón.

La montaña, una especie de Pedraforca nórdico (o de Twin Peaks, para los mitómanos televisivos), impone, ya que mide 1.170 metros y es la más alta de esta costa noroeste. Algunos inuits con imaginación, o con unas copas de más, o con ambas cosas, algo no infrecuente, decidieron bautizar al pueblo de 1.300 habitantes que se levanta a los pies de la montaña como el Río de Janeiro de Groenlandia, alegando que la montaña tiene cierto parecido con el Pao de Açúcar. En fin, que de ilusión también se vive, aunque la samba no abunda en la gran isla.

En cualquier caso, queda claro que Uummannaq se levanta a los pies de la montaña Uummannaq, en la isla Uummannaq, situada en el fiordo Uummannaq. La primera conclusión es evidente: en cuestiones de toponimia los inuits no se complican la vida. La segunda es que la montaña impone tanto que da nombre a todo cuanto la rodea.

No resultó fácil desembarcar en Uumannaq, ya que incluso en verano el hielo que escupe un glaciar próximo bloquea a menudo su puerto. Todo el fiordo se llena de icebergs, pero por suerte los inuits son unos ases en lo de maniobrar con las zodiac para apartar el hielo.

Una vez en el pueblo, sorprende que Uummannaq sea la duodécima ciudad de Groenlandia. En cualquier otro país seguro que se hundiría en las posiciones más bajas, pero en Groenlandia juega con ventaja, ya que lo pequeño cotiza. En cualquier caso, lo que más llama la atención en Uummannaq son el hotel y el hospital. El primero es amarillo y el segundo, rojo. No es un capricho, ya que antiguamente en Groenlandia el rojo era para los comerciantes, el amarillo para temas relacionados con la salud y el verde para la infraestructura técnica.

Esperando el deshielo

Sea como sea, los distintos colores de las casas de Uummannaq, desperdigadas sobre las rocas, hacen que el pueblo resulte hasta bonito. En verano, sin embargo, notas que todo está pensado para la mucha nieve del invierno: los perros encadenados y aburridos, los trineos colgados de los tejados, las escaleras que ayudan a salvar el desnivel... La iglesia y el museo son las principales atracciones turísticas, pero acabé, casi sin darme cuenta, en un bar pequeño y oscuro en el que unos inuits bebían con un modo taciturno, la cabeza gacha y una expresión pesimista en el rostro.

Pedí una cerveza y me dispuse a imitarlos, hasta que alguien, un muchacho joven que hablaba inglés, se dio cuenta de que había un extranjero en el bar.

-Hola, soy Malik -se presentó-. ¿De dónde vienes?

Cuando le dije que de España, cerró los ojos por un momento, como si buscara algo ocurrente que decir. Pero no debió de encontrarlo, ya que solo dijo: «Barcelona, fútbol, Messi...». En fin, no puede decirse que fuera muy original.

Parecía que la conversación no saldría del circuito de los tópicos, pero empecé a prestar atención cuando Malik me dijo: «Pronto todos seremos ricos».

-¿A quién te refieres, a todos los del pueblo?, pregunté intrigado.

-No -sonrió-, a todos los groenlandeses.

-¿Y cómo pensáis conseguirlo?

-Esta isla está llena de petróleo y de minerales. Con el cambio climático es evidente que se está fundiendo el hielo y será mucho más fácil obtener los recursos de la tierra...

-Yo de ti no me fiaría mucho -le paré los pies a su cuento de la lechera-. Verás como al final serán las multinacionales quienes se lleven el gato al agua.

-Ahora todos quieren ser amigos nuestros -sonrío-, pero los chinos parecen que son los mejor situados para explotar el pastel. Seguro que se llevarán una buena parte, pero nos quedará mucho para repartir...

-¿Y crees que llegará para todos?

-Seguro. Somos solo 56.000 y pronto seremos un país independiente. Aunque los chinos se lleven el petróleo, todos seremos ricos.

-¿Y qué hacéis mientras tanto?

-Pues esperar... y beber cerveza...

Eché una ojeada al bar. Visto desde el punto de vista de Malik, se entendía la actitud taciturna de todos los inuits. Lo que hacían era beber mientras esperaban que alguien anunciara que habían empezado a explotar los recursos minerales de la isla y que, una vez divididos los ingresos por 56.000, tocaba a una millonada por cabeza.

Estaba valorando si mi amigo podía tener razón cuando sonó la sirena del barco con insistencia.

-Tienes que irte -me tradujo Malik-. Cuando suena la sirena quiere decir que los icebergs amenazan con cerrar el puerto y el barco tiene que irse cuanto antes.

Me terminé mi cerveza, me despedí de Malik y del resto de parroquianos, que no me hicieron ningún caso, y me fui hasta el puerto para embarcar.

Una vez a bordo, mientras observaba cómo un iceberg de gran tamaño amenazaba, en efecto, con bloquear el puerto, me quedé un buen rato a cubierta mirando como el pueblo de Uummannaq se empequeñecía con la distancia, siempre a la sombra de la gran montaña bífida. No parecía que aquel lugar remoto tuviera mucho futuro, pero pensando en lo que me había dicho Malik se me ocurrió que quizá no estaría mal solicitar cuanto antes la nacionalidad groenlandesa. Total, si en vez de dividir la millonada entre 56.000, lo hacemos entre 56.001, tampoco se notará demasiado.

Y EL LUNES:

 La fabulosa historia de los

vecinos, por Llucia Ramis.