Cuatro polvos en una hora

Sin rastro de maquillaje

Sin rastro de maquillaje / periodico

ANNA ESTARTÚS

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Acabo de llegar de una miniescapada en Platja d'Aro con María, Bea y Salo. Han sido poco más de 24 horas, pero muy bien aprovechadas. Ha habido tiempo de hacer playita, ir de tiendas, tomar cervezas y algún gintonic, comprobar que a según qué locales es mejor que no volvamos si no queremos sentirnos las mamás del personal y, sobre todo, de hablar y de reír mucho.

Hemos tenido la suerte de que, en el hotel donde nos alojábamos, el sábado por la tarde hacían un taller gratuito “de oxigenación de la piel y de maquillaje de verano”. Y decidimos ir. O sea que, duchadas y vestidas para salir, fuimos al bar del hotel, donde había dos chicas que hacían el taller. O lo que creíamos que era el taller. En realidad, era una demostración de productos de una casa de cosmética con el objetivo de vender. Pero como ya estábamos allí, y bien teníamos que ponernos guapas antes de cenar, nos quedamos.

Según las leyes de la cosmética, los días deberían tener más de 24 horas para las mujeres. Porque mañana y noche tendríamos que aplicarnos un producto limpiador y exfoliante, un suero específico y una crema hidratante adecuada a nuestro tipo de piel. Y, antes de salir de casa, deberíamos pasarnos casi una hora para conseguir “efecto buena cara”. Para empezar, hay que aplicar una prebase de maquillaje. Después, la base de maquillaje y el corrector de ojeras. A continuación, los polvos de color, seguidos de los polvos translúcidos (que no supieron decirnos para qué servían porque “son un producto muy nuevo”, pero son “imprescindibles”).

Después, hay que centrarse en los ojos: una sombra clara para el párpado móvil, una sombra oscura encima, y otra sombra aún más clara aplicada justo debajo del arco de la ceja y el lagrimal “para dar luz”. Sin olvidarnos del perfilador y de la máscara de pestañas. Por suerte, los labios (que deberían haberse exfoliado e hidratado previamente) pasan con un toque de gloss. Pensábamos que ya estábamos, pero no. Aún faltaba el colorete, los polvos bronceadores para marcar el pómulo y perfilar la cara y, finalmente, los polvos matificantes para “unificar el tono”.

Después de una hora, salíamos de allí meándonos de risa y con un maquillaje “ligero y natural”, según las encargadas del taller. Nosotros nos veíamos pintadas como puertas. Pero eso sí: teníamos muy buena cara. No tengo claro si fueron los efectos de los cuatro polvos que nos habían puesto o, sencillamente, el resultado de desconectar de todos los problemas durante unas horas con tres buenas amigas.

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