Miseria del arte
Pablo La Parra Pérez
Historiador del arte. Actualmente cursa un doctorado en la Universidad de Nueva York, donde desarrolla una investigación sobre las relaciones entre política y cultura visual en el Estado español y América Latina.
Art Basel es uno de los mayores eventos del mercado internacional dearte. En su última edición se exponía la instalaciónFavela Cafédiseñada por Tadashi Kawamata y Christophe Scheidegger. Se trataba de una estructura inspirada en las autoconstrucciones de lasfavelas brasileñas que acogía una cafetería gourmet a disposición de los marchantes y expositores de laferia.
Un grupo de artistas y activistas respondió convocando una ocupación de la instalación que fue violentamente disuelta por la policía. Merece la pena observar detenidamenteel vídeodel desalojo: los críticos que protestan en una feria de arte bailoteando bajo el eslogan “respect favela”, la represión totalmente desproporcionada con porras, gases y pelotazos y, sobre todo, la retirada del escuadrón policial por la puerta minúscula del recinto ferial, casi como aquella puertecilla con la que se encuentraTrumancuando descubre que todo su mundo no es más que un colosal decorado televisivo.
Todo ello constituye una escenificación grotesca de la impotencia, la frivolidad y el absurdo político que domina el arte institucionalizado de las últimas décadas. Sin duda, el proyecto de Kawamata y Scheidegger es repugnante por su frivolización snob de la miseria de la favela. Con todo, la cuestión sobrepasa con creces este caso. En el extremo opuesto del espectro de la creación artística reciente encontramos innumerables obras que proclaman su radicalidad y su compromiso con los dominados. Y sin embargo habría que tomarse el tiempo para analizar cómo tratan la miseria ajena estas prácticas supuestamente críticas.
Artistas como Santiago Sierra han normalizado una estrategia según la cual recrear las condiciones de la explotación ¿por ejemplo,tatuandolos cuerpos de prostitutas heroinómanas a cambio del precio de un pico¿ constituye no sólo un acto político en sí mismo sino una verdadera denuncia de la realidad de la dominación. Otros, como Christoph Schlingensief, han considerado quemeter a un grupo de indocumentados en un contenedory organizar un 'reality show' para que el público salve de la deportación a su migrante preferido es un medio idóneo para alertar sobre el ascenso de la extrema derecha en Austria.
Que el arte en manos de la clase dominante, como en el caso de Basilea, sea un signo de ostentación y menosprecio por los de abajo no sólo no es novedoso sino que ha sido una constante histórica. No obstante, que los Sierra, Schlingensief y compañía pasen por algo más que por la deriva perversa de esa misma lógica en que la miseria ajena es un simple pretexto artístico es algo bastante más insólito. Y preocupante.
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