El derecho a la ciudad

PABLO LA PARRA

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Tras el aplastamiento de la Revolución socialista de 1848 la mayoría de países europeos asistió al ascenso de una derecha autoritaria, reaccionaria y fuertemente militarizada --Napoleón III, Bismarck, Disraeli. Estas élites comprendieron que el urbanismo era un mecanismo clave para la afirmación del poder estatal. La reforma de París emprendida por Georges-Eugène Haussmann entre 1853 y 1870 constituyó el modelo fundamental en este sentido.

Además del discurso higienista y modernizador que justificó la actuación, el proyecto de Haussmann era doblemente atractivo para la clase dirigente. Primero, mediante la introducción de capital privado y una calculada segregación social de los barrios, la 'haussmannización' constituye el primer caso de especulación urbanística a gran escala. Segundo, la substitución del trazado medieval de París por un sistema de grandes plazas y avenidas estaba en gran parte motivado por razones represivas: si las antiguas callejuelas se habían convertido en un infierno para la policía y el ejército debido a las barricadas revolucionarias, el nuevo proyecto ofrecía amplios espacios que facilitaban las cargas de la guardia montada.

Aunque la reforma de Haussmann representa, con su doble vertiente especulativa y represiva, el precedente fundamental del urbanismo capitalista moderno, lo cierto es que el pueblo se reveló difícil de someter a sus principios. En la primavera de 1871, la Comuna autogestionaria de París se hacía con el control de la ciudad. Los grandes símbolos imperiales en torno a los cuales se diseñó el nuevo trazado urbano, como la columna Vendôme, fueron derribados por orden de Gustave Courbet, responsable revolucionario de museos. Un humilde zapatero, Napoléon Gaillard, reinventó el diseño de las barricadas para adaptarlas a las nuevas dimensiones urbanas y resistir con mayor eficacia las cargas de la caballería. Los nuevos alquileres que habían empobrecido y desplazado a las clases populares fueron abolidos y sus deudas condonadas.

Sabemos que la Comuna fue aplastada a sangre y fuego. Y que quienes retomaron el poder han continuado escribiendo una historia del urbanismo en que la ciudad o es escenario de lucro y paz social de los dominadores o es el tablero de la represión de las clases populares. Pero, como recordaba David Bravo, la lucha por el espacio público nunca ha dejado de escribir su otra historia, subterránea pero ininterrumpida. De los adoquines del 68 a Tahrir, Sintagma, Sol, Catalunya o Taksim las plazas y las avenidas se resisten a aceptar la imposición de quienes sólo saben hablar a porrazos. Nos seguirán golpeando, pero se equivocan quienes crean que la lucha por aquello que Lefebvre llamó el derecho a la ciudad ya tiene un vencedor claro.

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