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La gente se muere

JAUME SUBIRANA

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Que la gente se muere es una obviedad. Que a veces muera alguien próximo puede ser una realidad pospuesta, pero también acaba siendo evidente. Lo que supera la simple evidencia es la capacidad para hablar de la muerte con palabras que no suenen huecas, edulcoradas o mentirosas. Eso es lo que haceJosep M. Fonallerasen su última novela,Climent(Ara LLibres), con un escritor en potencia que reemprende el trabajo encallado de otro escritor abducido por la idea de la agonía. Suena grave y lo es, pero sabe dejarnos la intensidad de las cosas ciertas.

Exactamente eso vino a decir el otro día a un puñado de lectores atentosSergio del Molino, autor del impresionanteLa hora violeta(Mondadori) sobre la enfermedad de su hijo de pocos meses. «Lo he escrito contra el melodrama y contra la asepsia», decía. Y reivindicaba su derecho a estar triste. Qué descanso, pensé, alguien que no te vende otra cosa «divertida» y «excitante». Y qué tristeza tan verdadera, tan emocionante, tan bien escrita...

Hoy les pensaba hablar de la luz de junio y recomendarles la exultante versión delCàntic dels càntics de Salomóque han realizado para Fragmenta un hebraista y un poeta traductor,Joan FerreryNarcís Comadira, pero aquí me tienen alabando libros sobre la muerte. Por culpa deBaudelaire, que escribió «Je suis la plaie et le couteau». Todos nos hemos sentido herida, en algún momento. Y muchos nos hemos visto también como un cuchilo. Pero tuvo que ser un escritor (uno grande) quien dijera que él era a la vez herida y cuchillo. La escritura no crea cosas que no estuvieran antes, pero cuando es grande las vuelve a construir de modo que nos permite vivirlas como si el aire contuviera más oxígeno.

La gente se muere y yo hace días que no me encuentro muy bien, como diría aquel. Pero por suerte algunos lo saben contar, y al leerlos me vuelvo más persona: leyendo soy yo y soy otro algo mejor. Gracias, pues, no a la muerte sino a la buena literatura. No al tema sino al arte.