Bono también pecó con la División Azul y no se confesó

""La única nación se llama España y lo demás son cuentos", sentenció en el 2005 en pleno debate del Estatut"

Bono y Ana Rodríguez en la boda de Felipe y Letizia. Con Natalia Figueroa y Raphael en la boda de sus hijos Amelia y Manuel. La pareja con su hija Amelia.

Bono y Ana Rodríguez en la boda de Felipe y Letizia. Con Natalia Figueroa y Raphael en la boda de sus hijos Amelia y Manuel. La pareja con su hija Amelia.

Ángel Sánchez de la Fuente

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“Tiene más fuerza el simbolismo del abrazo entre dos españoles que la semilla del odio". Con estas palabras, José Bono, ministro de Defensa aquel Día de la Hispanidad de 2004, intentó justificar lo injustificable. Porque injustificable fue y sigue siendo que, en el desfile de las Fuerzas Armadas celebrado entonces en plena democracia, lo soldados fieles a la República legalmente constituida (representados por un veterano) recibieran igual trato que los miembros de la División Azul (representados por otro veterano) que lucharon en el bando de Franco, en España, y en el bando de Hitler, en el frente ruso.

Aquel pecado del ferviente católico Bono ha vuelto a ser recordado estos días a raíz del diploma que la delegada del Gobierno en Catalunya, Llanos de Luna, entregó en Barcelona a la Hermandad de Combatientes de la División Azul. El acto lo había organizado la Guardia Civil, que, al ver la que se estaba montando, dijo que el tema había que enmarcarlo en “un contexto histórico, en absoluto ideológico". Y asimismo destacó que también había sido distinguida una asociación de “antiguos aviadores de la República". Por si hubiese alguna duda, de nuevo se equiparaba la legalidad republicana con los que se rebelaron para quebrar esa legalidad. Seamos serios: en todas estas historias, si hay algo en cantidad es precisamente ideología.

Jugando casi siempre con dos barajas

Al margen del peligro que representa doña Llanos --capaz de acumular sandeces como decir que “es importante que haya ricos y pijos porque son los que más gastan” y tomar decisiones que crispan a muchos catalanes--, en esta ocasión no ha superado en magnitud el despropósito del socialista ministro de Defensa. Porque lo de Bono fue de aurora boreal. El escarnio traspasó fronteras. En Francia no pudo entenderse que en el mismo desfile que se homenajeaba a la División Leclerc, al cumplirse el 60º aniversario de la liberación de París, estuviera presente la División Azul que batalló aliada con sus enemigos nazis. Bono, en vez de reconocer su error, confesarse y hacer propósito de la enmienda, puso cara de póquer y tiró balones fuera: “No entiendo que alguien pueda molestarse porque soldados franceses desfilen en homenaje a los españoles que participaron en la victoria sobre los nazis".

En realidad, Bono casi siempre ha jugado con dos barajas, según su conveniencia personal. Partiendo de la famosa declaración de principios que entronca con su progenitor --“mi padre fue falangista y yo no soy más honrado que él”--, ha construido una estructura ideológica más próxima a la táctica que a la estrategia. Si en numerosas ocasiones ha aludido a su antifranquismo activo --“sigo siendo un socialista que luchó contra Franco, que se jugó su libertad contra la dictadura” [octubre de 2004]--, no por eso se ha frenado a la hora de desmarcarse de quienes reivindican sacar los restos del dictador del Valle de los Caídos. “Para luchar contra Franco --dijo en junio de 2011--, el momento no es este; se acabó en el 75, cuando murió”. Tampoco quiso saber nada de retirar los retratos de presidentes de la Cortes franquistas que le precedieron en el cargo (Bono presidió el Congreso de los Diputados de 2008 a 2011). Le gusta tanto esta dualidad que a menudo ha recordado a sus interlocutores una verdad objetiva: “En Castilla-La Mancha me votaban incluso los de derechas”. Cierto, porque si no, no habría conseguido las mayorías absolutas que consiguió. ¿A costa de qué? Buena pregunta.

Lo de Bono se asemeja a aquel baile de la yenka en los años 60 en el que sobresalían los pasos de derecha-derecha e izquierda-izquierda. Si su partido es --teóricamente, al menos-- de izquierdas, muchos de sus grandes amigos son de derechas. Entre ellos, ilustres arzobispos y cardenales como Marcelo González Martín, el cardenal primado que se opuso a la Constitución democrática de 1978 porque, entre otras cosas, el Estado dejaba de definirse oficialmente como católico. Y también goza de la amistad de Cañizares y de Rouco. Este último estuvo presente en la toma de posesión de Bono como ministro de Defensa, a la que asimismo asistieron jueces como Garzón, periodistas como Pedro J. Ramírez y artistas como Concha Velasco y el consuegro Raphael. Con semejantes amistades a su alrededor, Bono brilló tanto como antiguamente brillaban más que el sol el Jueves Santo, el Corpus Christi y el día de la Ascensión. Por eso, cuando, a finales de 2009, el portavoz del episcopado señaló a los legisladores del aborto como “hombres públicos pecadores que no pueden ser admitidos a la sagrada comunión", Bono declaró: “Triste sería que me negaran comulgar por ser socialista".

“La única nación es España y lo demás son cuentos”

De todos modos, en Bono hay algo que ha permanecido inmutable. Podrá desteñirse su socialismo e incluso su cristianismo salpicado de dudas razonables, pero ese algo inmutable es su españolismo. “Nadie ha pronunciado tantas veces [la palabra] España,” subrayó públicamente en una ocasión el general Félix Sanz Roldán siendo jefe del Estado Mayor de la Defensa. Su “Ejpaña” --pronunciada la ese muy manchegamente-- ha hecho historia. Y también la ha hecho su fobia anticatalana y antivasca. “Los nacionalistas están más cerca de Hitler que de la democracia", dijo en febrero del 2004, solo ocho meses antes de encumbrar a la hitleriana División Azul.

“La única nación se llama España y lo demás son cuentos", sentenció en el 2005 en pleno debate del Estatut. No obstante, como el hijo del alcalde franquista de Salobre (Albacete) anda con ojo para acomodarse a sus interlocutores en la medida de lo posible, fue capaz de de declarar en noviembre del 2008 a EL PERIÓDICO: “Catalunya merece un trato diferente, no desigual. La diferencia es un hecho y la igualdad un derecho.” La primera de las frases apuntaba dos realidades prometedoras a falta de ser rematadas con maestría. Pero no. La segunda frase era pura palabrería y el lector se quedó como estaba. Sobre todo si tres años antes, en marzo de 2005, Bono había demostrado su contundencia sin circunloquios: “Es una cosa menospreciable que la Generalitat exija más derechos porque paga más impuestos.” Es decir: tú, Catalunya, paga y calla.

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