El futuro del Estado del bienestar

El 'dream team' de las ideas

Hay que limitar los oligopolios y controlar las relaciones de las élites políticas, económicas y mediáticas

El 'dream team' de las ideas_MEDIA_2

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TONI MOLLÀ

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«El Gobierno sabe lo que hace, y pronto empezaremos a crecer». Ese fue todo el diagnóstico -con análisis de prospectiva incluido- que hizoMariano Rajoya propósito del paro que señalaba la última encuesta de población activa. Más allá de la fe que exige la sentencia oracular deRajoy,los gobiernos suelen legitimar sus políticas en informes académicos y dictámenes de expertos que, a su vez, hacen caja gracias a esta literatura justificatoria.

La política de austeridad que nos invade desde Berlín y Bruselas apelaba, por ejemplo, a unpaperde dos economistas de Harvard,Carmen ReinhartyKenneth Rogoff,en el que identificaban un punto crítico del 90% para la deuda pública, que una vez superado provocaba la caída en picado del crecimiento económico. Pero un doctorando de 28 años,Thomas Herndon,constató que las cuentas deReinhartyRogoffpartían de errores de bulto, lo que arroja dudas sobre su propuesta y pone patas arriba las políticas correspondientes. Una característica de la crisis actual es, sin duda, la falta de una valoración compartida por las élites intelectuales y políticas sobre las consecuencias que comportan fenómenos como la globalización, las relaciones promiscuas entre el mundo del dinero y el poder político y, finalmente, los cambios sociales y culturales generados por la sociedad digital. Las novedades son, además, más rápidas que nuestra capacidad comprensiva, lo que subraya una cierta orfandad intelectual y un escepticismo generalizado.

La desaparición deMargaret Thatcherha devuelto a los medios de comunicación la maternidad de las políticas que hoy invaden Europa, nacidas a principios de los años 80 del siglo pasado en el eje atlánticoThatcher-Ronald Reagan.Su apuesta por un Estado anoréxico inició la primera oleada de privatizaciones de sectores públicos de la economía (y sus servicios), que, por arte del azar inducido, pasaban a manos de amigos, cómplices y otras fuentes de financiación de los partidos políticos y sus dirigentes.

La corrupción institucionalizada no es más que una rutina intrínseca del darwinismo social que se practica desde entonces como pensamiento único. La crisis del 2008 -primero financiera, después económica, ahora también política y sociocultural- ha acelerado aquella contrarreforma cuyo objetivo estratégico era y es el desmantelamiento del Estado del bienestar nacido del pacto entre liberales y socialdemócratas tras la segunda guerra mundial. Este desmantelamiento no persigue, seamos claros, mejora alguna para la mayoría social sino el adelgazamiento hasta la inanición de lo público -a través de nuevas privatizaciones y recortes- para ampliar la cuota de negocio, mayormente en infraestructuras, energía, educación, sanidad, servicios sociales y comunicación pública.

En este contexto de cambios a gran escala hay que destacar lúcidas aportaciones que, a modo de ensayo coral, deberían servir, a mi parecer, para elaborar un diagnóstico compartido por los sectores en desacuerdo con lo existente; es decir, con el neoliberalismo hegemónico, también en el plano discursivo, gracias al poder de los círculos intelectuales cercanos al Partido Republicano americano y sus satélites europeos. Pienso, comodream teamalternativo, enPaul Krugman,pero también enJohn B. Foster, Manuel Castells, Ulrich Beck oJosep Fontana,por citar los más visibles. La diagnosis de mínimos de estedream teamde las ideas comparte el rechazo de políticas caducas como la desregulación, la austeridad y la fiscalidad asimétrica.Paul Krugman,por ejemplo, identifica en su último libro estas iniciativas con consecuencias perversas que provocan nuevos problemas, como la caída de la demanda y las tasas de ocupación y, por lo tanto, de la recaudación pública y la disminución de la capacidad de intervención socioeconómica del Estado.

Más allá de los gritos metafísicos de la indignación, tan catárticos como imprescindibles, no veo otra política posible que una visión neokeynesiana a través de la inversión pública que estimule la estructura productiva, limite el poder de los oligopolios -«la tendencia al oligopolio es la esencia del sistema»- y controle las relaciones peligrosas de las élites con los sectores bancario, político y mediático, en primer lugar. Convendría que este diagnóstico más o menos difuso, pero común, impulsase una movilización de amplio espectro y sirviese de base para una alternativa política tan polifónica y plural como se quiera. Quizá nuestro modelo europeo de Estado del bienestar (y la cohesión social y confianza institucional que conllevaba) esté ya muy cerca de su punto de no retorno. Que el narcisismo de la pequeña diferencia -tan propio de las élites intelectuales y políticas- noens faci traïdors,con permiso deSigmund FreudyLluís Llach.