La rueda

Impulsivos, confiados, impacientes

JAUME BADIA

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La existencia apresurada a la que hemos condenado nuestras vidas en la ciudad nos está abocando a un estado de ansiedad creciente que se retroalimenta. La multitud de avances tecnológicos de que podemos hacer uso individual y colectivo, la facilidad extrema para creernos y sentirnos conectados a todas horas, están modificando nuestras actitudes. La posesión de un teléfono inteligente no solo nos hace pensar que lo tenemos todo al alcance de manera instantánea, sino que, además, nos abstrae de lo que ocurre en nuestro entorno y nos hace progresivamente más impacientes. Y esto tiene consecuencias no deseadas que terminan convirtiéndose en un peligro físico.

Es evidente que a los peatones nos molesta tener que esperar a que se ponga verde el semáforo. Nosotros vamos a la nuestra y en nuestro inconsciente nos irrita que nos detengan. En los últimos años esta ansiedad se ha visto incrementada, en muchos pasos, por un efecto perverso derivado de la mejora generalizada de la accesibilidad. La sutil inclinación de las aceras en los pasos hace que muchos peatones se sitúen dentro de la calzada antes de detenerse, porque la ausencia del escalón invita a avanzar sin pensarlo, porque presuponemos siempre que serán los coches que frenarán ... y porque la impaciencia que se ha apoderado de nosotros. Esta actitud cada vez más habitual en algunas zonas urbanas como el Eixample barcelonés, con unos carriles tan ajustados y una circulación tan densa, ha convertido una actuación pensada para facilitar el tránsito de todos los peatones en una invitación involuntaria al riesgo. Dada la ansiedad irrefrenable que se ha apoderado de nuestras vidas y por mucho que las cifras de muertos, rotuladas en el asfalto nos recuerden el peligro si no respetamos los códigos, dudo de que la mayoría de ciudadanos atareados con su teléfono estén por una aseveración tan pedestre.