La rueda

La LAPAO no es una broma

ENRIC MARÍN

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Podría empezar este artículo haciendo la bromita de decir que la estoy escribiendo en LAPAO. La extravagancia del acrónimo invita a una fértil creatividad cómica. Pero no creo que toque banalizar el hecho. Si fuera una ocurrencia aislada de tres políticos de provincias con poco recorrido escolar, quizá sí que correspondería un trato en clave humorística. Pero la iniciativa esperpéntica del Parlamento aragonés se inscribe en un contexto de mayor significación política. Una significación política densa y pesada. No es necesario un inventario. Bastará referirse a otros dos hechos de actualidad: el reciente reportaje difamatorio de la televisión pública de Madrid y la relación establecida por el ministroFernández Díazentre terrorismo y el aborto.

El paralelismo entre terrorismo y la regulación legal del aborto solo se puede establecer violentando el significado de las palabras y asimilando la interrupción voluntaria del embarazo a un asesinato. A su vez, la pieza televisiva difamatoria basa su estrategia narrativa en la manipulación semántica más burda. Demuestra una cultura democrática muy insuficiente, banaliza el uso del concepto nazismo y, paradójicamente, utiliza técnicas de propaganda para hacer escarnio de un enemigo o adversario político previamente caricaturizado. Esto es, precisamente, lo que el aparato de propaganda nazi hacía con judíos y comunistas.

La insólita propuesta del neologismo LAPAO remite a una rancia tradición autoritaria. Una tradición que sigue un hilo conductor desde la Inquisición medieval hasta los sistemas totalitarios del siglo XX. Una tradición para la que negar el nombre a las cosas o a las personas es el primer acto de la muerte, que mata simbólicamente negando la existencia, la identidad. Este tipo de violencia semántica corroe los cimientos de la convivencia democrática. Por eso es un error ignorarla o, peor, acostumbrarse.