EL ADN de la semana

Celacanto

PERE PUIGDOMÈNECH

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El genoma de la semana nos lleva 300 millones de años atrás a las profundidades del océano Índico. Se trata del genoma del celacanto, un pez que ha sido protagonista de discusiones entre aquellos que se interesan por el origen de las especies.

El celacanto se hizo muy popular a partir de 1938. En diciembre de aquel año, la conservadora de un museo de historia natural de Sudáfrica descubrió que un gran pez de unos 50 kilos que le había llevado un pescador se parecía a una especie que se creía extinguida hacía más de 70 millones de años. Era como si uno de los grandes dinosaurios hubiera vuelto a la vida. Además, se pensaba que era un pez que estaba en el origen de los que habían salido del agua y habían dado lugar a los reptiles y los mamíferos. Desde entonces se ha confirmado que todavía quedan pequeñas poblaciones de celacanto en las profundidades marinas de algunas islas del Índico. En 1999 se detectó una segunda especie de celacanto en Indonesia, a 10.000 kilómetros de distancia.

El genoma que se acaba de publicar es de una complejidad similar al genoma humano y será útil para estudiar la evolución de los animales, aunque finalmente el celacanto no parece estar en el origen de los vertebrados terrestres. Uno de los problemas para estudiarlo ha sido conseguir muestras de ADN de buena calidad. La complicidad de pescadores de las islas Comoras parece haber sido esencial.

A menudo se habla del celacanto como un fósil viviente. Los autores del artículo afirman que se trata de un genoma que ha evolucionado muy lentamente. ¿Es posible que se trate de un animal que por el hecho de vivir en un entorno muy estable haya podido sobrevivir millones de años sin cambiar? Las opiniones divergen. Hay quien piensa que esto no es posible y que el actual celacanto es, aunque no lo parezca, muy diferente del que vivía con los dinosaurios. Seguramente las dos cosas son ciertas al mismo tiempo. Puede que las cuevas del fondo del océano hayan sido un lugar tranquilo durante millones de años. Pero incluso para este pez, con aspecto de gran mero, el reloj del genoma, tal vez más lento, no se detiene.