La herencia de Marx

Mejor no lo den por muerto

Lo que queda del marxismo es su principal aportación: el impulso moral de acabar con la injusticia

MANUEL CRUZ

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En el contexto de la situación de profunda crisis por la que atraviesa el mundo, con frecuencia se plantea (acaso en busca de elementos de utilidad con los que enfrentarnos a ella) la reflexión acerca de la vigencia del que fue durante buena parte del siglo XX el elemento vertebral del proyecto emancipador más poderoso que ha conocido la historia de la humanidad. Me refiero al marxismo. Pues bien, lo primero que se impone puntualizar, antes de adentrarse en ninguna consideración más particular, es que el referente del marxismo es, sin ninguna duda, un referente excesivo. Alude a demasiadas cosas a la vez y, sobre todo, muy diferentes entre sí.

Probablemente el origen de la confusión tenga que ver con identificar el término con el uso que de la herencia deMarx han llevado a cabo quienes se han venido reclamando tradicionalmente sus herederos, identificación tan audaz como escasamente operativa, por cierto. Porque si nos dedicáramos a valorar la obra (o la herencia) de cualquier autor (o personaje relevante) en función del uso que la posteridad ha hecho de su legado, fácilmente podría terminar ocurriendo que no dejáramos títere con cabeza, esto es, que nos resultara imposible por completo localizar una figura de envergadura, en cualquier ámbito de la cultura o de la política, que hubiera encontrado herederos a su altura.

La reiteradísimacrisis del marxismosuele presentarse como algo evidente, en la frontera de la obvio, a partir del fracaso del llamadosocialismo real(lo que, en jerga periodística, suele más bien denominarsecaída del muro). Convendría, desde luego, no menospreciar dicho fracaso como hacen quienes se refugian en el burladero de estériles argumentos consoladores del tipo «nada fracasó porque en realidad ese socialismo no era tal y el sueño, nunca materializado, de una sociedad socialista permanece intacto», argumento que a veces se adorna de la puntualización de que «solo se ha materializado en...» (y en los puntos suspensivos hay una relativa variedad de posibilidades donde escoger, de acuerdo con las simpatías del intérprete: desde Albania a Cuba, pasando por las propuestas deHugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correao el mismísimoKim Jong-un...). Negarse a reconocer que de algo sustantivo acerca del proyecto político socialista parecen estar informando las dificultades insalvables que este ha tenido para materializarse equivaldría a esconder la cabeza debajo del ala.

Pero el marxismo no es solo proyecto político. De hecho, el que se reclamaba deMarxinsistía precisamente en el dato de que venía fundamentado en una concepción científica de la sociedad y de la historia, la cual, desvaneciendo las engañosas brumas de los discursos ideológicos preexistentes, que solo pretendían la legitimación de lo dado, permitía entender correctamente la realidad humana y, en consecuencia, dotarse de los medios adecuados para transformarla. En este aspecto no caben descalificaciones meramente genéricas: quienes cuestionen la cientificidad de los análisis marxianos están obligados a demostrar científicamente su falsedad o sus errores. O, si se prefiere enunciar esto mismo de forma más sencilla y directa: es sobre los que nieguen que el marxismo contiene una ciencia sobre quienes recae la carga de la prueba de demostrar que el mundo ya no es en absoluto como lo describióMarx.

Tarea harto difícil, por no decir inalcanzable, a poco que uno le eche una hojeada, aunque sea superficial, a libros como laContribución a la crítica de la economía política,dondeMarx hace unos penetrantes análisis del lugar que va a ocupar el trabajo en el capitalismo futuro, así como del creciente papel de los gerentes y administradores del capital en perjuicio de los propietarios de los medios de producción, análisis que parecen pensados para la actual situación de hegemonía absoluta del capitalismo financiero sobre el productivo.

Pero, siendo extremadamente importantes tanto el ámbito de la política como el de la ciencia, resultaría engañoso reducir el marxismo a ninguno de ellos (ni siquiera a su suma). La especificidad del marxismo pasa por la articulación de ambos con un tercero, de todo punto ineludible. El elemento que proporciona sentido y coherencia a los dos anteriores es el impulso moral por acabar con la injusticia. Por eso no tienen derecho a reclamarse del marxismo en el sentido que hemos planteado aquí ni el marxista de salón ni el oscuro burócrata del aparato de partido que considera el poder como un fin en sí mismo. Frente a todos ellos, se han hecho acreedores del título aquellos otros que, desde el ansia por conocer verazmente el mundo y la inequívoca voluntad de transformarlo, poseen también la sensibilidad que les hace vivir como insoportable el sufrimiento humano provocado por un orden social injusto.