Análisis

«Odio al intruso»

LAURA FREIXAS

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Si el título de este artículo les sobresalta, lo entiendo. No estamos acostumbrados a imaginar que una mujer embarazada pueda sentir rechazo, incluso odio, al proyecto de bebé que lleva en el vientre. En la alta cultura, la representación de la maternidad es casi inexistente: ¿dónde están las novelas, las películas, los cuadros, que tengan por tema el embarazo, el aborto, los conflictos en torno a la fertilidad, omnipresentes sin embargo en la vida real? En la cultura popular, en cambio, la maternidad se representa mucho, sí, pero en un solo color: el rosa. Todo es maravilloso y enternecedor y lo mejor de la vida¿ Pues no. En la vida real, muchas mujeres o no quieren ser madres, o no quieren serlo con ese hombre como padre, o sí pero no en ese momento. Era el caso deSylvia Plath, a cuyo impresionanteDiario (por cierto descatalogado y que alguien debería urgentemente reeditar) pertenece la frase del título. Citemos un poco más: «Horror ante la posibilidad de estar embarazada. El ruido metálico de una puerta tras otra que se cierran violentamente sobre nuestras cabezas¿Ted[Hughes, su marido] sin trabajo, yo sin trabajo, la avalancha de facturas poniéndonos en números rojos, y lo peor de todo, odiando con toda el alma al intruso¿ veinte años de infelicidad, un hijo creciendo en el desamor¿ La necesidad de sacrificarlo todo para ganar dinero acabaría conmigo, con Ted, con nuestro trabajo de escritores¿ cuando, dentro de cuatro años, pongamos, podríamos ser los mejores padres imaginables¿»

SiPlathhubiera estado embarazada (no lo estaba) y las leyes le hubieran impedido abortar, ¿qué habría pasado? Probablemente lo que ella, que tenía el amargo don de una lucidez feroz, imaginaba: 20 años de infelicidad.

Quizá ustedes están pensando que no. Que es imposible que una mujer no ame a su hijo; que al finalSylvia Plath, como cualquier otra mujer normal, se sentiría muy feliz de ser madre, fueran cuales fuesen las circunstancias. Lo entiendo. Entiendo que la idea de que las mujeres aman siempre (aunque haya que forzarlas un poquito), es una idea preciosa, muy consoladora, a la que mucha gente se aferra con desesperación, porque de lo contrario el mundo les parecería demasiado duro. Pero, simplemente, no es verdad. No todas las mujeres son amorosas, ni todas tienen vocación de madre.

¿Tenemos derecho a obligarlas a vivir un embarazo que no desean y a hacerse cargo de un hijo al que no quieren? ¿Quién va a cuidar de ese niño cuando nazca y quién le va a mantener? ¿La madre, contra su voluntad? ¿El padre, a punta de pistola -obligado por un juez, ADN por medio-? ¿Unos padres adoptivos? ¿Y si por lo que sea, no hay candidatos?...

Si los derechos de las mujeres no parecen importar mucho a los antiabortistas (cuyo representante principal es una institución en la que ellas no tienen voz ni voto), que piensen al menos en los de los hijos. Me refiero al derecho, nada desdeñable, a no venir al mundo invitado, a la fuerza, por una madre que te ve como un intruso.