Un cambio de mentalidad

Retorno romántico

El individuo vuelve a primar sobre el colectivo y crece el escepticismo hacia las palabras grandes

ANTONIO SITGES-SERRA

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«Todo lo que se extiende en línea recta miente», Friedrich Nietzsche.

La lectura deNietzschepuede ser tóxica y es posible que la enfermedad mental que le llevó a la oscuridad fuese, en realidad, una autointoxicación. Pero a dosis razonables, podemos degustar muchos de sus textos como si de un exquisito manjar se tratase; concretamente, a mí el asunto del «eterno retorno» me fascina, más aún a la vista de los tiempos que corren, que no hacen sino alargar la sombra de tan sugerente idea. La vida circular o repetitiva es un tema recurrente entre sabios como, por ejemplo,BorgesoToynbee, por citar dos eminencias de la cultura moderna. Muchos profetas dechipseñalan nuestra era como revolucionaria y esencialmente diferente de todo lo conocido, pero a medida que el tiempo pasa su discurso resulta menos y menos convincente: el móvil no mejora la democracia ni las tabletas van a resolver las crecientes desigualdades ni a rescatar la moral social. Hay algo dedéjà vu en la actual ola tecnolátrica que huele a siglo XVIII, cuando los pioneros del progreso creyeron que el vapor traería la paz universal.

ESTA LARGA introducción viene a cuento porque todo indica que estamos en los albores de un nuevo romanticismo. Algunos signos premonitorios: vuelve a privar el individuo sobre el colectivo, crece el escepticismo hacia las palabras grandes y el retiro a la intimidad se consolida como valor en alza. La inteligencia se esconde y produce sus obras lejos de los medios y del poder. La implicación política adopta modoslight: un informe del GESOP publicado por EL PERIÓDICO (20 de enero) muestra que el 25% de catalanes habían cambiado su intención de voto al mes y medio de las últimas elecciones. ¡Mes y medio! Fascinante. Crece la indignación y el imaginario colectivo produce lemas definitorios de una cándida conciencia social, como aquelNo hay pan para tanto chorizoque nada tiene que envidiar al deLibertad, igualdad y fraternidad.

Las artes se dispersan y el valor de crear en libertad y diversidad crece sobre el de cualquier movimiento. Se prima la espontaneidad y se asumen los riesgos que comporta. Se emprenden también rutas hacia ninguna parte porque el camino deKerouac-que tantas similitudes guarda con el de Ulises- se impone a la persecución de una meta. La austeridad neorromántica no será obligada por los mercados, sino una actitud, una íntima convicción de que ciertos modos de vida son insostenibles y antisociales. Nuestros hijos no vivirán en una sociedad afluente pero, a cambio, gozarán más de las pequeñas cosas de la vida y harán valer su derecho al bien vivir sobre compromisos y trabajo. Cunde el menosprecio hacia los horarios rígidos o los jefes abusivos y crece el trabajo por cuenta propia: más economía oculta y retorno al canje. La autoridad perderá puntos frente a la autonomía personal.

La naturaleza vuelve con fuerza a alentar desapegos urbanos y a iluminar la cultura. La autocuración ganará adeptos y crecerá el uso de medicinas alternativas, dietas esotéricas y hierbafilias varias. El ecologismo tiñe los discursos políticos mostrando el carácter transversal de los valores narcisistas y subjetivos de este nuevo romanticismo.

Los románticos padecieron morbos emblemáticos como la sífilis y la tuberculosis, enfermedades de encierros, aires viciados, noches en vela y mucho reconcomerse. Ahora vuelven estas en forma de adicciones varias, de huidas a la virtualidad, sobrepeso y gonorreas resistentes. La tuberculosis ha sido reemplazada por las secuelas no menos graves de la ansiedad, las ludopatías y la promiscuidad, todo muy estilo siglo XIX.

EL ROMANTICISMO fue enormemente productivo como movimiento cultural, pero sus referentes políticos no son para tirar cohetes. Hoy en algunas comunidades despierta de nuevo el clamor independentista, mero eco de los nacionalismos románticos sobre los que se edificaron las naciones-Estado, prolegómeno de las tres guerras que asolaron Europa el siglo pasado. Con buen tino, tras el segundo conflicto armado los líderes europeos iniciaron el camino hacia la abolición de las fronteras, lo que ha traído una estabilidad a nuestro continente de la que hace tiempo no gozábamos. Debería ser responsabilidad de todos proseguir en esa dirección y evitar a toda costa los retrocesos que puedan devolvernos a los enfrentamientos y a la violencia. El nacionalismo autorreferencial basado en una patria idealizada por los nuevos románticos de derechas solo conduce a un callejón sin salida. Dos siglos atrás, las leyendas artúricas encandilaron a poetas y músicos, pero hoy sabemos que Camelot es imposible y que necesitamos más y más Europa. Hasta ahí podemos llegar en nuestro eterno retorno a los aledaños del XIX.