Final de etapa

Hugo Chávez no deja de ser una consecuencia de la historia de los partidos políticos tradicionales de Venezuela

ANTONI TRAVERIA / Director de la Casa Amèrica de Catalunya

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Acostumbrado a enfrentar batallas de todo calibre y condición, la más decisiva de todas ha terminado por vencerle antes de lo que imaginó, cuando creía que podría derrotar a una cuarta intervención de cáncer. Desde su última operación en La Habana el 11 de diciembre sólo se le pudo ver en tres fotografías. Cuando anunció su partida hacia Cuba a la búsqueda de una especie de milagro se despidió con una escenografía sobria, con la bandera a su derecha y un médico con bata blanca junto a él. La atmósfera creada tenía algo de solemne; sus palabras se acercaban más a la pedagogía que la aparatosidad habitual en él. Señaló entonces a su heredero con unas palabras que hoy adquieren todo su sentido: "Si se presentara alguna circunstancia sobrevenida que a mi me inhabilite, en mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, en ese escenario que obligaría a convocar a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente".

Hugo Chávez no deja de ser una consecuencia de la historia de los partidos políticos tradicionales de Venezuela. Aquellos que por más de 40 años gobernaron el país de forma alterna --los socialcristianos y los socialdemócratas-- sin prestar ninguna atención a las enormes bolsas de pobreza y a la iniquidad que generaban sus políticas, además de los escándalos que provocaba una suerte de corrupción institucionalizada. El entonces teniente Chávez supo leer esa realidad ofreciendo una alternativa radical de ruptura revolucionaria, que supo conectar con los desheredados y expulsados del sistema, sumando además a sectores de las clases medias, agotados hasta la extenuación del esperpento que ofrecían las elites políticas clásicas. Su apuesta inicial se asemejó mucho a la que hizo el mitificado Juan Domingo Perón, militar como él, cuando logró cautivar para su causa en 1945 a cientos de miles de familias marginadas con un discurso nítido de ruptura para quienes no tenían nada que conservar y por tanto, nada que perder. Los descamisados argentinos serían asimilables hoy a los enfervorizados venezolanos de 'la roja rojita' que logran abarrotar la gran avenida Urdaneta de la capital los 4 de febrero, cuando recuerdan y felicitan --un contrasentido más-- al protagonista del intento fallido de golpe de Estado de 1992, que convertiría en famoso a un entonces desconocido oficial paracaidista. Preso en la cárcel de Yare, fue precisamente en ese momento cuando conoció a Nicolás Maduro, un militante maoísta, sindicalista y conductor del metro en Caracas.

Termina una etapa política en Venezuela. Se inicia ahora un periodo de redefinición del chavismo sin el indiscutible liderazgo de su creador. El apoyo de las Fuerzas Armadas al proyecto bolivariano aparece como trascendente en un futuro sin su comandante. En apariencia, los militares avalan hoy por hoy la herencia transmitida con garantías de cohesión interna tras la depuración de altos oficiales que se sumaron al frustrado golpe de estado de 2002 contra Hugo Chávez. El fallecimiento del guía de la revolución deja huérfana a una parte de la polarizada población de Venezuela. La América Latina revolucionaria del siglo XXI pierde también a uno de sus líderes más combativos; su referente más explosivo, extravagante, provocador, histriónico y, como si todo ello pudiera mezclarse en una coctelera, odiado y querido por igual entre furiosos detractores y fanáticos partidarios. Con él nunca hubo matices. Tampoco en el tablero de un mundo muy pendiente de su prematura última partida de ajedrez jugada contra la muerte. Unos rezando para que desapareciera, los otros rogando a Dios para que sanara. Todo lo que Hugo Chávez representa tiene que ver con la desmesura. Para muchos, justificada, aunque usted no lo vea así.