DEFENSORA DE LA IGUALDAD

Helena de Troya, narrada por Helena

EVA PERUGA

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A mí qué más me da si el libro lo ha escrito una mujer o un hombre, solo me interesa si me gusta. Esta reflexión tipo no tendría mayor trascendencia si, por ejemplo, procediera de una mirada educada en desgranar los estereotipos o arquetipos. Pero si escarbas, como ha hecho con ironía y meticulosidad María Ángeles Cabré en su Leer y escribir en femenino, encuentras, como bien dice ella, «el retrato de las trampas que hallaron en el camino aquellas que quisieron leer y escribir y que, a la postre, tras muchos esfuerzos, lo lograron». En el fondo del pozo se localiza la esencia de la respuesta, sin exagerar, al «a mí qué más me da»: son dos frases de El cuento de la criada, de Margaret Awood, que cita Cabré: «Nuestro gran error fue enseñar a leer a las mujeres. No volveremos a cometerlo». La obra de la escritora catalana tiene el gran valor -su razón de ser- de desvelar el quién, el cómo y el porqué de la literatura masculina, la que cuenta, y la importancia que ello tiene como obstáculo al conocimiento de las mujeres.

Junto a Directivas y empresarias. Mujeres rompiendo el techo de cristal, de Sara Berbel, es el arranque de la colección ideada por la editora Maria Àngels Viladot, Aresta Dones, que -no es lo habitual aunque sorprenda- dejará en manos de las profesionales el repaso de sus sectores, sin regatear la situación de las mujeres.

La literatura nos sube a un escenario de clara discriminación, el canon de Harold Bloom, que con otros nombres o sin ellos existe en cada rincón de la actividad humana. «Como Moisés cuando separó las aguas del mar Rojo para que pudiéramos cruzar el mal de la literatura sin mojarnos, Bloom separó los logros y determinó cuáles conforman el puente hacia el saber literario, destinado a ser recorrido por generaciones y generaciones de connaisseurs y de los lectores amateurs», señala la autora. De esta manera, las escritoras dejan de existir, y también como consecuencia de ello -o mejor, en sintonía con-, los estereotipos se mantienen fieles a su origen masculino. En su libro, Cabré recuerda el caso de Cumbres borrascosas. Aparecida bajo seudónimo masculino, el descubrimiento de su autora femenina, Emily Brontë, destacó la condición de historia de amor por encima del tema del mal. No es una anécdota. Es un ejemplo. La manipulación responde a la sistemática acción de descrédito que se ventila sin disimulo en todos los rincones de la sociedad. Como en otras profesiones, las mujeres de la cultura llevan décadas intentado hacer su propio canon, paralelo.

Tal vez ha llegado el momento de empezar a enderezar el timón. Puesto que, desgraciadamente, aún nos encontramos en una fase de transición, la recuperación del patrimonio literario femenino es una necesidad. Pero el asalto al canon de Bloom, o quien sea el sucesor del agravio, debe emprenderse. Dejar de escribir una historia paralela para formar parte de la historia y acabar con «la felicidad de la ignorancia», como cita la escritora catalana.

Cuando Cabré recurre a la historia de la biblioteca que se le cae porque en ella dominan las firmas masculinas, nos emplaza a poner remedio. Incluso podemos dar otro paso más. Y en el juego del crédito y del reconocimiento, en la base del ejercicio de las actividades públicas, empeñar el juicio de las mujeres como se empeña el de los hombres. A igual precio. Si en la literatura el espejo en el que se miran las mujeres es cóncavo o convexo, convendremos en que ponerse delante de un libro comporta riesgos. Unas se reconocerán en su biblioteca. Otras empezarán a hacer hueco. Sí, Helena de Troya narrada por Helena de Troya.