El descrédito de la política

Es necesario hacer limpieza

Hay que ser implacables con la corrupción, y más en un momento clave para el futuro de Catalunya

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ORIOL JUNQUERAS

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La corrupción no es un fenómeno nuevo ni desconocido en la sociedad catalana, como tampoco lo es, desgraciadamente, en ninguna sociedad europea. Sin embargo, últimamente los casos de corrupción se han convertido en una vergonzosa anomalía en nuestro país con el estallido encadenado de sentencias, imputaciones y procesos judiciales que -sin llegar a la magnitud de los casos acaecidos en la política española- dibujan un escenario muy preocupante.

Pero hay que decir las cosas por su nombre y hablar con propiedad si no queremos caer en la estrategia de quienes pretenden dibujar a Catalunya como una sociedad enferma y a sus instituciones como una fuente de corrupción por definición. Porque esta es, desde hace tiempo, la visión que la caverna mediática y todo su entorno político se esfuerza por crear en el imaginario colectivo de los catalanes.

Afortunadamente no es cierto. Y este es uno de los motivos que nos obligan a ser implacables con la corrupción. No solamente porque queremos una sociedad y un país con una democracia de calidad y una gestión pública transparente y eficiente, sino porque nos encontramos en un momento clave de nuestra historia: queremos poner el futuro del país en manos de los ciudadanos. Y no hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que aquellos que quieren impedir que los catalanes decidamos utilizan y utilizarán la corrupción como un arma arrojadiza para desprestigiar el proceso y las instituciones catalanas y así, de paso, impedir que los catalanes podamos poner fecha a la democracia.

Por eso, más que nunca tenemos la obligación de limpiar y de salir al paso con una actitud ejemplar -a riesgo incluso de caer en un exceso de celo- ante cualquier caso de corrupción política. Y esta actitud vital debe traducirse tanto en mecanismos administrativos y legales que levanten un muro infranqueable a la corrupción como mostrando una tolerancia cero hacia aquellos que se enriquecen ilícitamente, prevarican o derrochan recursos públicos.

No es cierto que todo el mundo sea igual, no lo ha sido nunca. Es profundamente injusto y hace el juego a quienes pretenden excusar sus actuaciones generalizando la sospecha para disipar responsabilidades. Hay partidos que no tienen ni un condenado por corrupción en sus filas como resultado del ejercicio de sus responsabilidades políticas. Insisto: hay partidos, como ERC, que no tienen ni uno mientras hay otros que los tienen a cientos. ¿Todos somos iguales? No es verdad, los hechos lo desmienten categóricamente.

Y en este sentido, también es importante poner en valor que hay partidos que hemos estado liderando desde hace años todas las iniciativas en favor de la transparencia en la financiación de los partidos políticos (como la prohibición de las donaciones anónimas) o impulsando medidas y organismos (como la Oficina Antifrau) para velar por el buen funcionamiento de la función pública. Del mismo modo, hay partidos que han votado sistemáticamente en contra, han puesto impedimentos de todo tipo o han procurado descafeinar todas las medidas que proponíamos.

La corrupción es una de las peores lacras de la democracia. No vale mirar hacia otro lado ni ser indulgente. Por eso también es imprescindible exigir rigor a los tribunales, que se llegue hasta el final. No puede ser, como en el caso Pallerols, que el proceso se alargue más de diez años poniendo en cuestión la tutela judicial efectiva, que todo acabe con un acuerdo y que, además, no se asuman responsabilidades. No puede ocurrir que la sombra del caso Palau esté tanto tiempo sobrevolando la política catalana y que se extienda la percepción de que la justicia es lenta e ineficaz. No es admisible la impunidad, que se permita que no se asuman -ni exijan-responsabilidades a aquellos que han llevado a la economía al abismo como, por ejemplo, en la nefasta gestión de Bankia, que estamos pagando con los ahorros de la gente mientras los protagonistas de este chapuza descomunal se recolocan en las grandes empresas que ellos mismos privatizaron.

Este país nuestro no se merece todo esto cuando la gente lo pasa tan mal, la lista de parados no deja de crecer y ya son cientos de miles las personas que no tienen ningún tipo de ingreso. El nuevo país que queremos hacer, también lo queremos construir de raíz sin esa funesta herencia. De hecho, paradójicamente, estamos ante una gran oportunidad: la ocasión inmejorable para hacer las cosas de forma distinta y mejor: el derecho a decidir se erige hoy en la mejor herramienta para favorecer el empoderamiento ciudadano y la regeneración democrática . Y mientras tanto es preciso hacer limpieza, como decía hace unos días el presidente Mas, pero también es imprescindible no ensuciar más y que todos aquellos que la hayan hecho la paguen.