El deterioro de las instituciones

'Fa 30 anys que tinc 30 anys'

Hablar de éxito o fracaso generacional es una injusta uniformidad que oculta grandes contradicciones

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MANUEL CRUZ

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Punto de partida en el que no dudo de que coincidiremos: la entera arquitectura institucional de este país da ostentosas muestras de deterioro. En realidad, quizá fuera más propio afirmar que es nuestra sociedad en cuanto tal la que amenaza derrumbe, con la totalidad de sus mecanismos de cohesión puestos en entredicho. Probablemente resulte casi tedioso a estas alturas pasar lista al comportamiento de los diversos sectores sociales en estos últimos años, empezando por el de las élites, comportamiento que está llevando a nuestro país a un escenario extremadamente parecido a latangentopoliitaliana de los años 90.

valdría la pena que el esfuerzo por poner en perspectiva lo que nos está ocurriendo no nos deslizara, a pesar de nuestras buenas intenciones, hacia un planteamiento que, tras su apariencia inocente, se halla cargado de supuestos, no todos ellos aceptables. Me refiero al que tiende a analizar el entero ciclo de la democracia española en términos de proyecto generacional. El manifiesto agotamiento del modelo de convivencia surgido de la transición estaría expresando, según ese planteamiento, la necesidad de que todo el grupo generacional que ha venido ocupando en estos años las diversas esferas de poder (político, económico, cultural e intelectual en general) dejase paso a una nueva generación, capaz de abordar, sin las cargas con las que lo hizo la anterior, los retos que toca afrontar en este momento.

Dicha idea parece encontrarse presente, no siempre de manera explícita, en muchos de los argumentos que escuchamos y leemos a diario, e incluso impregna buena parte del lenguaje periodístico más habitual. Razonamientos tan generalizados como el de que el hecho de que un tanto por cierto muy elevado de españoles no hubiera tenido, por razones de edad, la oportunidad de ratificar con su voto la Constitución constituiría una razón concluyente para que se desentendiera de ella o expresiones como la degeneración del Príncipe(como portadora de una visión del mundo nítidamente diferenciada y alternativa a la presuntageneración del Rey) tienden a consolidar en nuestro imaginario colectivo un esquema abiertamente discutible.

Hace 25 añosEduardo Haro Tec-glenpublicó un memorable artículo tituladoLa generación bífida, en el que exponía una idea que no costaría gran esfuerzo trasladar, con las diferencias pertinentes, a nuestra actualidad. Aludiendo a la generación que en aquel momento rondaba los 40 años, señalaba una importante bifurcación que se había producido en el seno de la misma. Habiendo compartido en su juventud ideales de transformación social (revolucionarios) y experiencias vitales (mucho más libres en todos los planos), a partir de un determinado momento una parte de sus miembros habría tomado el rumbo del poder, mientras que la otra habría ido deslizándose hacia la autodestrucción y la muerte (el nombre, no mencionado en ningún momento, cuya sombra se proyectaba a lo largo de todo el artículo era el deEduardo Haro Ibars).

Sin entrar ahora en un balance global de los aciertos y los errores de estas décadas de democracia, lo peor del planteamiento generacional es la injusta uniformidad que da por descontada y que cumple en realidad la función de ocultar las profundísimas diferencias y contradicciones que dentro de todo grupo generacional se dan. Relatar la historia reciente de nuestro país desde la perspectiva del sector de aquella generación al que mejor le fue no deja de ser una variante de la famosa «historia de los vencedores» a la que se refirieraWalter Benjamin. Probablemente lo que haya introducido mucha confusión en este asunto sea que quienesvencieroncon la democracia fueron unos vencedores muy particulares, a saber, unos vencedores que siempre se empeñaron en hablar de sí mismos como si fueran unos vencidos hasta cuando ostentaban las más altas cotas de poder.

PEro la lección también debería constituir un aviso. No todos los que ahora tienen alrededor de 40 años están pasando por una situación difícil. La gran mayoría, sí, por descontado. Pues bien, me preocuparía que pudiera volver a repetirse lo peor del pasado reciente y que, dentro de no mucho, la lengua de esta nueva generación también se bifurcara y quienes hubieran conseguido escapar de la tormenta actual utilizasen para permanecer a salvo (cuando no en todo lo alto) el lenguaje y los discursos de quienes naufragaron. Alguien nacido, según su propio testimonio, a la par que la democracia se refería hace pocas semanas, con tono inequívocamente crítico, a «loshippiesque nos gobiernan», y no le faltaba razón. Por lo que a mí respecta, no quisiera terminar mis días, dentro de unos años, teniendo que leer un artículo tituladoLos antisistema que nos gobiernan. No sé si sería capaz de sobreponerme al ataque de melancolía.