Análisis
Dimitir, por ejemplo
Francisco Longo
Instituto de Gobernanza y Dirección Pública de ESADE
FRANCISCO LONGO
Atribulados por la sucesión de escándalos, andan nuestros políticos con el pie cambiado, sospechando, con razón, que una mayoría de ciudadanos ha dicho basta o está a punto de hacerlo. Sí, son los mismos ciudadanos que parecían tolerar como pecadillos veniales las mordidas, los enchufes, la promiscuidad de manejos públicos y particulares o el basural donde se financian los partidos. Los mismos que les han venido eligiendo y reeligiendo. La indignación de hoy contrasta con esa persistente manga ancha. Y lo peor es que amenaza con barrer a un tiempo a tirios y troyanos, a llevarse por delante lo malo y lo bueno, arrasando instituciones y recursos públicos que echaremos en falta si los perdemos.
Pero nuestras élites políticas deben asumir la mayor parte de la culpa. Como decía no hace mucho en estas mismas páginas Albert Sáez, los políticos no son todos iguales, pero a menudo se comportan como si lo fueran. Imbuidos de un pugnaz patriotismo de partido, nos han acostumbrado de tal modo a la benevolencia con los próximos, el y tú mas, la autodefensa grupal y el cierre de filas, que no pueden extrañarse de haber dejado en el camino buena parte de su credibilidad. Solo rompiendo con la tradición de atrincherarse y mirar hacia otro lado podrán recuperarla.
Si de verdad quieren conseguirlo, deben renunciar de una vez a utilizar la responsabilidad jurídica como camuflaje. Como recuerda Javier Gomá, no basta con que cumplan la ley, han de ser ejemplares. La ejemplaridad del político le obliga a un plus sobre las exigencias atribuibles al ciudadano común. Un plus sin el cual se rompe la confianza, que es la raíz -subraya- del contrato de agencia político.
En las democracias representativas, la ciudadanía aspira, y confía implícitamente, a ser gobernada por personas con un alto nivel de autoexigencia en sus comportamientos públicos y privados. En realidad, lo que nos está pasando no es que los políticos sean peores que el resto. Es que están obligados a ser mejores. La ejemplaridad forma parte del principio de distinción que Bernard Manin atribuye al Gobierno representativo. Por eso el plagio de un trabajo académico, las vacaciones pagadas por un millonario u otras conductas inimputables jurídicamente acaban con carreras políticas en contextos de democracia avanzada.
En el punto al que hemos llegado, pocas cosas pueden hacer tanto daño al prestigio de la política y las instituciones como persistir en aquel «quien resiste gana» que popularizó Camilo José Cela y que tantos políticos han hecho suyo. Cuando los tropiezos o los errores, de acción u omisión, ya afecten al ser o al parecer, han dañado irreparablemente la confianza de los ciudadanos, de nada vale invocar la buena fe o escudarse, como es costumbre, en lo que puedan decidir en su día los electores o los tribunales. En momentos como estos, para recuperar el crédito de la política hacen falta decisiones y gestos que muestren inequívocamente la voluntad de dar ejemplo. Por ejemplo, dimitiendo.
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