África: el arco se tensa

Las circunstancias ambientales y de seguridad generan una creciente marea humana que mira al Norte

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RUBÉN HERRERO DE CASTRO

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La reciente y justificada intervención francesa en Mali ha puesto a África en el centro de la información y la atención. Más allá de este evento, son muchas las tensiones geopolíticas que se dan en el continente y cuyas consecuencias inmediatas serán muy negativas. Y dada la creciente globalización e interconexión entre actores internacionales, convendría no olvidar que la sociedad global, pero especialmente Europa, no escapará fácilmente de los efectos de los procesos que la afectan. Principalmente queremos señalar dos: el aumento del nivel de inseguridad humana y la particular agresividad del cambio climático.

Las tensiones derivadas del cambio climático y otros factores geopolíticos generan un arco de tensión en el continente africano que favorece unas corrientes migratorias internas, que a su vez provocan y contribuyen a aumentar los efectos negativos de la situación.

Este arco comienza a tensarse en Nigeria, donde la población, empujada por un aumento del nivel del mar, la creciente desertización, el aumento de la violencia y del terrorismo islámico de Boko Haram y en general una degradación de sus condiciones de vida, se embarca en una ruta internacional migratoria compuesta también por miles de africanos subsaharianos que se dirigen a Nigeria escapando a su vez de la violencia y el hambre de sus países de origen.

A continuación, la cuerda gana tensión en Níger, uno de los estados más pobres de África, que reproduce de forma dramática los peores problemas que afectan al continente, exacerbados por la variable medioambiental. Este país depende mayoritariamente de una agricultura alimentada por agua de lluvia. El descenso de precipitaciones se traduce por tanto en menos comida, dejando a sus habitantes sumidos en una profunda inseguridad alimentaria. Comienzan entonces una terrible ruta de escape a la que se suma toda la caravana migratoria que proviene de Nigeria.

Argelia es la siguiente estación. Es un país que acaba de sufrir en carne propia el terror de Al Qaeda y que afronta una muy adversa situación climática. Baste decir que ocupa la segunda posición continental en términos de escasez de agua. Al ser punto de destino de unas considerables y desatendidas corrientes migratorias, las posibilidades de incremento de los índices de inseguridad se disparan. Lo que supone incorporar más emigrantes a la ruta de la desesperación y, paradójicamente, de la esperanza con un -¿último?- destino.

El arco de tensión culmina en Marruecos, un país razonablemente estable que por su privilegiada posición estratégica de cercanía a Europa es paso obligado de las corrientes migratorias subsaharianas que recorren el mencionado arco de tensión, con la intención de establecerse en Marruecos o saltar a Europa. Tampoco escapa a los efectos del clima, expresado en términos de desertización creciente, aumento del nivel del mar, escasez de agua y fuertes corrientes migratorias internas por la reducción del medio rural.

Así, esta triste realidad desemboca en la generación en África de forma general, y en el norte de forma específica, de escenarios de inseguridad humana y alimentaria, con elevado riesgo de catástrofes humanas y especialmente sensibles a cantos de sirena de grupos violentos.

Seríamos unos ilusos, en el mejor de los casos, si pensásemos que todo esto, si no se ataja, no va a tener unas serias consecuencias en Europa como resultado de ser la siguiente etapa de destino de una marea de angustia humana. Por no mencionar nuestros propios problemas ambientales y unas demenciales políticas agrícolas, que nos dejan mirando de cerca un escenario donde pronto faltarán alimentos.

La sociedad internacional puede seguir a lo suyo, reuniéndose en interminables y carísimos foros, o implicarse para hallar soluciones reales. No nos engañemos: no son fáciles, y desde luego pasan por la promoción de un proceso intenso de expansión de la democracia, una guerra sin cuartel contra el terror y una sinergia de políticas eficaces contra los efectos del cambio climático, así como por promover el desarrollo eficiente del continente. De nada sirve destinar ingentes recursos si luego estos no van a ser administrados democráticamente. Y, desde luego, no ayuda para nada la competencia desleal que China practica en África, dificultando los esfuerzos democratizadores y humanitarios de la Unión Europea y Estados Unidos. Como tampoco es una buena noticia la deriva no democrática experimentada en Egipto y Túnez.

Un arco se ha tensado, pero esta vez la flecha no tiene por destino recuperar a Penélope, sino que apunta a la dignidad humana.

Profesor de Relaciones Internacionales

de la Universidad Complutense de Madrid.