La clave

¡Es la democracia, estúpidos!

ENRIC HERNÀNDEZ

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Por una vez, permítaseme remedar la tan manoseada cita deBill Clinton:«¡Es la economía, estúpido!» Quizá su posterior mandato no estuviera libre de mácula, pero en el 1992 el candidato demócrata a la Casa Blanca desnudó aGeorge Bushpadre ante unos votantes que estaban menos interesados en las gestas bélicas del entonces presidente de EEUU que en sus respectivas economías domésticas.

Veinte años más tarde, y mientras España sigue instalada en una crisis de hondura y duración sin precedentes, no es preciso insultar a los políticos locales para que adviertan que la economía es, de lejos, lo que más preocupa a los electores. Sin embargo, sí merecen el grueso adjetivo con que el queClinton obsequió aBushaquellos dirigentes españoles que perciben la corrupción como una enfermedad irremediable pero leve, contagiosa pero al cabo exenta de secuelas. La tendencia de partidos e instituciones es enmascarar o paliar los síntomas del virus de la corrupción a la espera de que el mal se cure por sí solo. No reparan en que, más allá del devenir de tal o cual político, de una u otra sigla, es la democracia en su conjunto la que padece los efectos de esta letal patología.

Tesoreros con fortunas ocultas en Suiza, políticos incentivados con dinero negro, ediles con lazos inconfesables con la mafia rusa, negocios oscuros al amparo de la Corona, subvenciones desviadas al partido y sus compinches, instituciones culturales al servicio de las finanzas de un partido... Nadie está a salvo, pero tampoco nadie le pone remedio. No se impone la separación de las manzanas podridas para preservar las sanas, sino la extensión de la sombra de la sospecha --«y tú más»-- como medio para neutralizar el coste electoral para el partido afectado, aunque sea a costa de presentar la inmundicia como parte del paisaje, casi como un fenómeno inherente a la actividad política,

El populismo aguarda turno

Sea por complicidad o por necedad, los políticos parecen ignorar que lo que peligra es la pervivencia de la democracia, no sus expectativas electorales. Y que, si no se apresuran a regenerar el sistema político-financiero, el populismo aguarda su turno para sacar tajada.