El paisaje urbano

La ciudad de Catalònia

Barcelona se mueve hacia un modelo del que huyen las capitales más vanguardistas de EEUU

La ciudad de Catalònia_MEDIA_1

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TONI MOLLÀ

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Hace unos días se supo que la emblemática librería Catalònia de Barcelona cerrará sus puertas tras más de 80 años de actividad. La prensa ha tratado la noticia con sentidas elegías por la actividad cultural que desaparece de la ciudad. Los visitantes asiduos perdemos además una estación de referencia en nuestros paseos por Barcelona. A propósito del anuncio, el director de Catalònia,Miquel Colomer,se lamentaba de que después de superar «una Guerra Civil, un incendio devastador y un conflicto inmobiliario», la empresa tenga que bajar la persiana por motivos económicos. «La crisis, más acentuada en el sector del libro», explicaba, «ha generado en los últimos cuatro años una disminución de las ventas que imposibilitan la continuidad de la librería».

Es bien sabido que el sector del libro, como el de la industria cultural en general, está en caída libre por los devastadores efectos de la crisis sobre los ecosistemas cultural y comunicativo. Se trata, sin duda, de un desafío imposible de resolver solo con la invocación a la resistencia y a la cultura de peaje, tan nuestras. La desaparición de Catalònia se inscribe en una espiral de cambios que exigen respuestas enérgicas desde las esferas políticas, sociales y económicas, incluida la planificación urbana, pues lo que está en juego es ni más ni menos que un modelo de ciudad. La concentración empresarial de las editoriales, distribuidoras y red de puntos de venta de los productos culturales deja poco margen al comercio minorista. En mi opinión, la crisis del tejido urbano -pienso en las librerías, pero también en los cafés y restaurantes de gestión familiar o en las panaderías- es la punta de un iceberg que los gobernantes no quieren ver y que amenaza con llevarse por delante un modelo de vida casi tan viejo como el Mediterráneo. El cierre de Catalònia no es solo una pérdida irreparable para el sector del libro, sino para una ciudad cada día más parasitada por cadenas de distribución a gran escala que no respetan ninguno de los valores cívicos ni empresariales que nuestros gobernantes defienden durante las campañas electorales. En este contexto, la inocente retórica delmodel comercial de proximitatyBarcelona, la millor botiga del mónno pasa de inofensiva propaganda sublimatoria a imagen de unos Juegos Florales del sector.

André Gidesolía repetir que «el mundo es donde compro el pan y el vino cada día». Pues bien, la librería, según mi manera de entender la vida social, es tan importante para la ciudad como el horno de pan o la tienda de ultramarinos. La red de librerías, en este sentido, cumple un servicio público tan relevante para la calidad de la vida urbana como el capital social que atesoran los elogiados mercados de Barcelona. Lugares, todos ellos, de génesis y difusión de la opinión pública más primaria, la que se basa en el encuentro físico y el diálogo. No en vano, otro francés,George Steiner,defendía «la calle, el café y el mercado» --quizá se olvidó de la librería porque a un parisino le debe parecer demasiado obvio- como espacios de reproducción de un cierto modelo social europeo. Sin duda alguna, una ciudad es algo más que el parque temático de su propio patrimonio o el espacio geográfico que lleva el nombre de su club de fútbol.

Paralelamente a todo ello, los militantes del esnobismo recitan el mantra de las nuevas (?) tecnologías como último gran relato y panacea salvadora de todas las crisis que se ciñen sobre la ciudad global. Hace un par de meses, Barcelona celebró con toda su trompetería política y mediática el Smart City Expo World Congress, un evento que reunió expertos de todo el mundo «para crear, gracias a las nuevas tecnologías, urbes más sostenibles y que garanticen a sus habitantes una mayor calidad de vida».

No me pondré tecnófobo, claro está, pero cuidado, mis gurús, que hasta Silicon Valley, meca de los desarrollos del silicio y el microchip, sufre frecuentes cortesHabana stylede suministro eléctrico, consecuencia de las privatizaciones de este crucial sector energético. Pelillos a la mar, quizá el ideal noucentista de la Catalunya-ciutat debería rebajar sus planteamientos y limitarse a una defensa de Barcelona como la capital europea más cercana que compartimos los habitantes del Eje Mediterráneo (antes Països Catalans). Una capital donde la gente vive, pasea y compra el pan del día, el periódico y quizá un libro.

El anuncio de que el espacio de la librería Catalònia será ocupado por una franquicia de la cadena McDonald's parece un avance metafórico de la peor metamorfosis imaginable: una Barcelona en tránsito hacia el modelo americano de ciudad, un modelo, por cierto, que han abandonado ya los propios alcaldes de Nueva York y San Francisco, implicados ahora en la recuperación de espacios públicos y parapúblicos. Como por ejemplo, las librerías. Periodista.