La salida de la crisis

Cambiar para volver a crecer

Más que los estímulos fiscales, es en las reformas estructurales donde España se juega el futuro

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FRANCISCO LONGO

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Más allá de los presagios pesimistas con que empieza el año, hay algo que debiéramos descartar a estas alturas. El modelo productivo capaz de llevarnos de nuevo al crecimiento y al empleo no va a nacer del plan deliberado de ningún Gobierno. Será más bien un cúmulo de decisiones descentralizadas de múltiples actores económicos, operando en diferentes mercados, lo que irá dibujando, para bien o para mal, el futuro que nos espera en la economía global. Sin embargo, los gobiernos están convocados a ejercer en ese proceso que llamamos, por abreviar, salida de la crisis, una influencia notable. Por una parte, facilitando las cosas a las fuerzas sociales más dinámicas, más capaces de innovar, competir y crear valor económico. Por otra, modulando de modo favorable al crecimiento el hábitat compartido (reglas, incentivos, recursos y capacidades colectivas) en el que las decisiones económicas tienen lugar.

Buena parte del debate de los últimos meses sobre la política económica se ha centrado en la antinomia austeridad/crecimiento. Ahora bien, como recuerdaMichael Spence,«encontrar la combinación adecuada entre estímulo y restricción fiscal cuenta para el crecimiento, pero es solo una parte de la historia… En todos los países, para crecer de forma sostenible son necesarios importantes cambios estructurales». En realidad, es en esos cambios donde los españoles nos jugamos buena parte de nuestras opciones de futuro.

Los análisis más fiables coinciden en que necesitamos reformas que modernicen y fortalezcan el sistema tributario, que faciliten el acceso al conocimiento y la tecnología, que promuevan el emprendimiento y la creación de empleos, que modernicen el sector público, que liberalicen los servicios y adelgacen la costra de intereses corporativos que merma la competencia en los mercados. También nos instan, en especial, a elevar la cualificación del capital humano. El último estudio de la OCDE sobre la economía española pone el acento en este punto y señala el abandono prematuro del estudio en la etapa posobligatoria y las insuficiencias de la formación profesional como dos rémoras de nuestro sistema educativo.

El cambio estructural en la educación -de la primaria a la superior-ejemplifica, quizá mejor que ningún otro, el alcance de algunos desafíos de nuestra agenda pública. Podemos caracterizarlos por tres notas comunes. La primera es que la viabilidad del logro no depende tanto de incrementar los recursos disponibles como de asegurar el funcionamiento eficiente del sistema. Los datos comparados nos muestran que los resultados escolares se hallan muy por debajo de nuestro nivel de inversión educativa. En cambio, llevamos meses lamentando los recortes en educación -cuando no distraídos por cortinas de humo tan vistosas como accesorias- y dedicando poco tiempo a hablar de lo más importante: la organización de la profesión docente, la formación del profesorado, la autonomía de los centros o la evaluación y comparación de los resultados.

La segunda nota es que el propósito reformador requiere encender las luces largas. Urgidos por el déficit y la tesorería, los gobiernos se han encadenado a la tiranía del corto plazo, sin dejar resquicio al pensamiento estratégico ni ocuparse de construir mayorías sociales en torno a algunos objetivos de largo aliento. Además, en nuestro caso la bajísima capacidad de consenso en la que ha caído el sistema político debilita el respaldo social y compromete la sostenibilidad de los cambios en el tiempo. Las estériles controversias partidistas y los bandazos de las políticas educativas en los últimos tiempos son una buena muestra.

La tercera nota apunta, por último, a los instrumentos del cambio. Reformar no es simplemente cambiar las regulaciones, sino modificar de manera efectiva las conductas de los actores sociales. Para conseguirlo, invertir en gobernanza y gestión pública deviene un requisito ineludible. Volviendo al ejemplo de la educación, de poco servirán nuevas reformas legales si tanto la administración educativa como la gestión de escuelas, institutos y universidades siguen regidas por la combinación de rigidez burocrática y corporativismo asambleario que hoy las caracteriza.

En definitiva, mirar al futuro con voluntad de cambio obliga a prestar atención, como señalaban ya hace unos años Ernesto SteinyMario Tommasihablando de América Latina, a la «política de las políticas públicas». Las buenas ideas y las buenas recetas de políticas no son suficientes. El proceso de diseño, adopción e implementación de buenas políticas es igualmente importante y acaba por ser decisivo. Construir esa capacidad institucional para hacer reformas profundas y duraderas es hoy para nosotros la prioridad tal vez más apremiante.

Instituto de Gobernanza

y Dirección Pública de Esade.