EL NUEVO ESCENARIO POLÍTICO DE CATALUNYA

El desfiladero: un reto difícil, pero insoslayable

"En todo caso, si el combate se mantiene con firmeza --con la firmeza necesaria para que el reto sea serio-- los términos de la relación con España habrán cambiado"

Artur Mas y Oriol Junqueras se saludan durante el pleno de constitución del Parlament.

Artur Mas y Oriol Junqueras se saludan durante el pleno de constitución del Parlament. / periodico

JORDI PUJOL

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Durante los últimos 50 o 55 años ha habido en Catalunya un proceso de recuperación en todos los terrenos. Un proceso realmente importante. Con varias etapas y en diversos campos. Y con altibajos, pero con unos resultados de conjunto positivos.

Así ha sido en el campo de la conciencia de país y de la sensibilidad social. En el del Estado del bienestar y en el de la economía. En el de la convivencia activa, es decir, no forzada políticamente o administrativamente. En el de la creatividad en todos los terrenos.

Han sido años en los que a menudo hemos topado con frenos y con limitaciones venidas de fuera o provocadas por nosotros mismos. Y siempre Catalunya ha tenido que mover en un marco y en un clima en el mejor de los casos reticente y desconfiado por parte de España. Y a menudo hostil. A pesar de ello, durante un largo período, que incluso en ciertos aspectos comienza al final de la dictadura, hasta hace poco --podríamos decir que hasta el año 2002-- hemos sumado más que restado. En general, el balance ha sido positivo. Lo ha sido no solo en términos tangibles, sino también de afirmación colectiva, de conciencia de país y de cohesión interna.

Un encaje mal resuelto

Finalmente y, a partir de la primera década del siglo XXI, este proceso se ha roto. Hay en general una evolución negativa en muchos aspectos en buena parte de Europa y en España, y en Catalunya. En Catalunya, hemos tenido los problemas económicos, políticos y sociales de los demás, pero incidiendo sobre una problemática política y nacional nuestra, en un marco de encaje con España mal resuelto.

A estas alturas esto crea una situación de gran complejidad. Con riesgo de caer en la confusión. Porque coexisten, por un lado, una ilusión y un sentimiento y una voluntad más potentes que nunca. Desde el derecho a decidir a la pura reclamación de independencia y, en todo caso, de rechazo muy acentuado del estatus político e identitario, económico, social e institucional que España impone y quiere imponer en Catalunya. Por otra parte, hay conciencia de la dificultad que ello conlleva dentro de Catalunya y fuera de Catalunya. Y eso agravado por una situación política que podría ser que fuera inestable en un momento en que sería muy necesario que hubiera una capacidad muy potente y bien conjuntada para afrontar la situación.

Todo esto podría producir desánimo. No solo políticamente, sino en términos más generales. Pérdida de confianza en nosotros mismos y en el país. Y es eso lo que hay que evitar. De todas todas.

Y lo podemos evitar.

Temor a que Catalunya se fortalezca

En primer lugar, por lo que hemos dicho antes: porque durante algunas décadas hemos progresado en muchos aspectos. Tanto que esto ha provocado reacciones negativas del conjunto del Estado, que ha tratado de ir vaciando de contenido nuestro autogobierno, que ha acentuado nuestro ahogo financiero, que ha vuelto a cuestionar aspectos fundamentales de nuestra identidad. Y lo ha hecho con todo tipo de herramientas y procedimientos --jurídicos, políticos, del aparato del Estado, de creación de una opinión pública muy hostil. La intensidad del ahogo se explica por el temor de que, a pesar de la confusión a la que está sometida, Catalunya se fortalezca. Y que democráticamente sea capaz de plantear una reivindicación fuerte y claramente mayoritaria de revisión de las estructuras del Estado. Que todo el mundo ya sabe que no funcionan, pero que no quieren tocar.

O sea que el conflicto que ahora tenemos no es fruto de nuestra debilidad. Desde Catalunya podemos considerar, y debemos considerar, que no hemos hecho ni hacemos bien las cosas, y que perdemos peso en ciertos ámbitos y que estamos muy presionados y que corremos un riesgo colectivo, desde la economía al bienestar ya la identidad. Pero ellos creen que estamos en condiciones --y lo dicen-- de "democráticamente poner el Estado contra la pared". Y eso ni lo hemos pretendido ni sería tan seguro que fuéramos capaces, pero es la impresión que tienen. Y de ahí la intensidad del ahogo. Fruto de una percepción que en parte es errónea, pero que de todas maneras indica una valoración de Catalunya como un país, una sociedad y una economía realmente potentes. Y lo somos. No tanto como creen o hacen creer que creen. Pero lo somos.

Y eso que, por un lado, tiene que preocuparnos, por el otro, puede reforzar la confianza en nosotros mismos. Y tiene que reforzar. Para poder entregar la muy fuerte batalla que hay planteada. Y que no podemos evitar.

Durante años y décadas, Catalunya ha tratado de evitar esta batalla. Y se ha dedicado a construir puentes. Y del encaje --que quiere decir de la buena manera de convivir en el respeto de todos y en beneficio de todos-- ha hecho su palabra clave. Pero ahora, después de unos años de gran agresividad que han culminado en la sentencia del Tribunal Constitucional --un Tribunal, por cierto, "dudosamente constitucional"--- que, de hecho, hará que el Estatut sea una cáscara vacía y la Generalitat, un Gobierno de cartón piedra. Y en todos sentidos Catalunya quedaría indefensa.

Sin otro remedio que buscar la confrontación

Si esto se consolidara retrocederíamos al inmediato posfranquismo. Cuando aún no teníamos Estatut, pero teníamos la esperanza de que con la democracia lo tendríamos. Y lo suficientemente bueno para garantizar nuestra identidad, para garantizar que seríamos un sujeto político con capacidad de formular un proyecto colectivo. Al cabo de 35 años de la transición resulta que esto no será así. Todo lo contrario. Y esto, anunciado de manera categórica y aplicado con intensidad creciente.

En resumen: no nos ha quedado más remedio que aceptar la confrontación. Y no nos queda más remedio que mantenerla. Democráticamente, respetuosamente hacia todos los ciudadanos de Catalunya y abiertos a todos los diálogos que se pueda. Dentro y fuera de Catalunya. Pero sin renunciar al régimen de libertad y de autogobierno y de un trato económico justo que nuestra continuidad como pueblo y como sociedad equilibrada y convivencial requiere. Y por difícil y peligroso y lleno de amenazas que sea el reto habrá que mantenerlo. Porque si se aguanta no se puede perder. No podemos perder, aunque el objetivo principal no se alcance. Porque, en todo caso, si el combate se mantiene con firmeza --con la firmeza necesaria para que el reto sea serio-- los términos de la relación con España habrán cambiado. Sustancialmente. A favor nuestro.

<strong>http://www.jordipujol.cat/ca/jp/articles/13303</strong>