La rueda

¡Es Europa, estúpidos!

ENRIC
MARÍN

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Hace apenas un mes del Onze de Setembre. Y como ya ocurrió en 1977, la ocupación reivindicativa, masiva y pacífica de las calles de Barcelona ha abierto un nuevo ciclo político en Catalunya y en España. Termine como termine el proceso abierto, ya nada será igual.

Y eso es lo que parece que no se acaba de entender desde Madrid. Las reacciones de los medios de comunicación y de los políticos de todo color no han roto el guión previsible. El tono general ha estado marcado por una alteración emocional poco disimulada. Las voces serenas y no amenazantes han sido minoritarias. Poco a poco, sin embargo, se ha abierto paso un cierto reconocimiento de la gravedad de la situación, aunque sin demostrar capacidad para entender las razones del conflicto.

Al fin y al cabo, dar una respuesta positiva e integradora al reto catalán exigiría estar dispuesto a repensar con radicalidad el proyecto de articulación económica, política y cultural de España. Y las líneas maestras del debate planteado desde Madrid muestran de forma rotunda que las élites vinculadas al poder central ni quieren, ni pueden. Son incapaces de pensar España de forma demasiado diferente a como se ha construido en las últimas décadas, o como la ha acabado dibujando con mano de hierro la FAES. Tampoco entienden que la reivindicación de Estado propio ya no se hace en Catalunya con los esquemas periclitados del Estado-nación. O que impedir referendos democráticos tiene mala prensa en Europa.

Finalmente, también se resisten a entender que, más allá de las formalidades, no estamos ante un conflicto de ámbito estrictamente doméstico: de la misma manera que el debate sobre el federalismo ya es un debate europeo y no estatal, el papel de Madrid y Barcelona en la articulación de la economía europea tampoco es un debate de ámbito peninsular.