Las elecciones más electoralistas

Xavi Casinos

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¿Se acuerdan cuando en Convergència se comparaba al tripartito con el Dragon Khan? Pues ahora Artur Mas no solo se ha subido sino que le ha quitado el freno. Casi de un día para otro este país ha pasado de tener un 16% de independentistas abanderados por ERC a la percepción de que la gran mayoría de los catalanes lo son y que el resultado de un referéndum sería aplastante a favor de la secesión de España. Espero que sociólogos y demás expliquen este fenómeno. Cuando en la opinión pública se produce un cambio de tendencias tan brusco y abrumador como este, hay que analizarlo bien, porque se intuye que a través de este clamor independentista se está canalizando en buena parte el desencanto, enfado, frustración e impotencia ante la situación de crisis económica que nos azota. Como si al día siguiente de ser independientes se acabara la crisis en Catalunya.

Aunque también hay que tener en cuenta que esta explosión ha sido servido de detonante para que los catalanes liberen la reacción a todo lo que han tenido que soportar estos años de fomento del anticatalanismo y pasadas de cepillo cuando, por la vía constitucional, reclamaron una legítima mejora de su autogobierno a través de la reforma del Estatut. El anticatalanismo emanado desde los sectores españolistas de PP y PSOE ha sido el mayor y más eficiente generador de independentistas.

Casi también de un día para otro el president Mas se ha erigido en líder del movimiento. De votarle todo al PP en Madrid ha pasado a ser una especie de Braveheart sediento por echar al invasor. Incluso ha desplazado en el liderazgo a la gente de Esquerra, que han quedado prácticamente diluidos. Hasta la prensa internacional parece haberse vuelto independentista.

Pero sigue habiendo muchas preguntas pendientes de respuesta, que estaría bien que los catalanes conociéramos antes de decidir el voto en la consulta. La primera es la viabilidad económica de un estado catalán. Necesitamos conocer el business plan. ¿Seguirá siendo España nuestro principal mercado? ¿Con qué industrias contamos? ¿Cómo generaremos empleo? ¿Qué fiscalidad se nos aplicará a los catalanes? También deberíamos conocer qué modelo de estado adoptaremos. ¿Cómo haremos para seguir en la Unión Europea? ¿Cómo nos afectaría quedar fuera del mercado común? ¿Cómo construiremos nuestra defensa? ¿Cómo resolveremos el suministro eléctrico? Y aunque parezca frívolo, ¿en qué liga jugará el Barça?

Y una pregunta más inmediata que nadie parece formularse. ¿Cuánto nos van a costar estas elecciones, las más electoralistas de las que se habrán celebrado nunca en Catalunya? Porque es así. Con esta convocatoria Mas ha tenido la habilidad de camuflar su nefasta política de recortes sociales y espera recolectar en forma de votos todo este desencanto que se expresa a favor de la independencia. No solo aspira a conseguir una gran mayoría absoluta, sino que envía un torpedo derecho a la línea de flotación del PSC justo cuando tiene más vías de agua que el Titanic.  Será digno de estudiarse en las escuelas de estrategia política. Y cuando Mas dice que los comicios son necesarios para legitimar una futura consulta --olvidémonos de referéndum-- no está diciendo toda la verdad. Podría haberla convocado perfectamente con el apoyo de ERC y nos habríamos ahorrado todo este despilfarro electoral --no se preocupen que ya nos lo repercutirán a los ciudadanos con algunos recortes más-- y una situación de interinidad de las instituciones que no es lo mejor en la actual situación.

Y mientras, asistimos con dolor y tristeza a las fascistoides cargas policiales de Madrid, con un presidente Rajoy ausente que no se moja ni en la ducha y que en cambio se va a la ONU a reclamar la descolonización de Gibraltar. Y lo que ya es el colmo, ahora aparecen federalistas en el PSOE como setas --¿dónde estaban hasta ahora?-- y aflora un cierto nerviosismo en los sectores españolistas, tal vez porque tampoco les salen las cuentas del business plan de una España sin Catalunya. Algunos incluso apelan ahora al diálogo constitucional que han negado durante los últimos 30 años, que ha sido tiempo más que suficiente para reformular un modelo de Estado que habría evitado la actual situación.