Peccata minuta

Letras versus ciencias

JOAN
OLLÉ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Como todo el mundo sabe, el mundo se divide en dos grandes grupos de personas: los que piensan que el mundo se divide en dos grandes grupos de personas y los que no. Y también en los que a los cojones les llaman testículos y los que a los testículos les llaman cojones. Y, superados estos dos grandes apartados viene la minucia: hombres y mujeres, ricos y pobres, blancos y negros, creyentes y ateos... Si bien los genes ya determinan a grandes líneas lo que seremos de mayores (sexo, opción sexual, raza, clase social...), los dioses del ADN nos conceden una cierta libertad tutelada para decidir si preferimos la pata a la pechuga, la Coca a la Pepsi o las letras a las ciencias.

El que esto suscribe, fracaso escolar donde los haya, se redimió del infierno del logaritmo, el número primo, la raíz cuadrada y la integral gracias a que un buen día se cruzó en su camino la grácil silueta de un soneto. Fue amor a primera vista: bastaba con saber contar con los dedos hasta 14 (o 12) y, encima, si se lo dedicabas a una chica, por malo que fuese, igual ligabas. Y campábamos alegres como cervatillos por los pastos de la lírica mientras los matemáticos observaban de cerca al número pi, los ingenieros procuraban que las casas y puentes no cediesen a la ley de la gravedad y el hombre llegase tarde a la luna, única patria de los poetas.

Hicimos en su día un pésimo negocio los que, renunciando a las tablas de multiplicar o dividir, optamos por la gramática, la sintaxis y los acentos en su sitio. Confiábamos en la palabra como medida de todas las cosas, en la palabra dada, la palabra de honor; pero la mentira sistemática y la falta de ortografía moral se han ido imponiendo hasta convertirnos a todos en analfabetos, en analfabestias solo pendientes de unas cifras que no sabemos -por vertiginosas- interpretar. Valgan como muestra unos cuantos botones de ayer, día viernes:«El gasto efectivo se reducirá al 6,6% y el de los ministerios al 12,2%»;«la prima pulveriza los 600»; «el Eurogrupo aprueba el rescate bancario de 100.000 millones»;«el Barça presenta un superávit récord de 48,8 millones de euros»;«CDC pagará la fianza de 3,2 millones»;«el fuego calcina 350 hectáreas en Sant Feliu Sasserra»... Este último titular tiene una especial mala leche, ya que, para complicarlo aún más, combina matemática y aritmética. ¿La prima que fulmina los 600

-nombre de utilitario- es un número primo? No: los que hacemos el primo somos nosotros, como lo hacían los seudointelectuales seudoprogres de los 70 aplaudiendo a rabiar películas de las que no entendían ni papa.

Toda cruz tiene su cara y no hay bien que por mal no venga: la creciente indignación -por humillación- que está invadiendo a una amplísima capa de la población es porque le hemos visto el truco a la magia, a la mafia negra del poder: se les caen los ases de las mangas y los conejos huyen de sus chisteras. El verbo se ha hecho carne: se nos mean encima y dicen que llueve. Nunca llueve al gusto de todos, pero con la que está cayendo algo habrá que hacer. ¿La revolución? ¿Por qué no? O, al menos, irla preparando leyendo y entendiendo buenos libros de letras amigas sin cifras insultantes.