El turno

La memoria mancillada de África

XAVIER MORET

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Hace unos años, lo confieso, fui de viaje a Botsuana. Me perdí unos días por el desierto del Kalahari, descubrí la mágica isla de Kubu, dormí bajo los bellos baobabs de Baines y fotografié la fauna salvaje del delta del Okavango y del parque de Chobe, donde tuve el placer de contemplar una manada de más de 200 elefantes. Guardo un grato recuerdo de aquel viaje, a pesar de que no cacé ni una triste hormiga.

Cuando leo sobre la caza de elefantes me acuerdo de un precioso libro dePeter Beard,The end of the game,donde el fotógrafo norteamericano documenta, con fotos impactantes, la desaparición de estos animales. Logra conmover hablando deKaren Blixen, de los leones devoradores de hombres y de grandes cazadores comoDenys Fynch Hatton.

La épica de los viejos tiempos, sin embargo, ha desaparecido para dejar paso a agencias para ricos que te ponen un elefante a tiro por unos miles de euros. Y es que en ciertos ambientes, si no tienes un Ferrari, no eres amigo de un jeque y no has matado un elefante no eres nadie.

Mi viaje a Botsuana, por cierto, concluyó con una visita alnegro de Banyoles,enterrado en un parque de Gaborone tras pasar 80 años en el Museo Darder. Allí estaba el pobre, ajeno a todo, con unos niños que jugaban a fútbol sobre su tumba.

Son cosas que pasan en África, donde el ayer siempre queda demasiado lejos. Sin embargo, autores comoJoseph Conrad, Blixen, Beard, Van der PostyKapuscinski han narrado su admiración por este continente simbolizado a menudo por la poderosa estampa de un elefante.

Mientras me acuerdo delnegro de Banyoles pienso que, por desgracia, los desmanes del colonialismo no han terminado. Cuando se dispara a un elefante se dispara también contra un símbolo de África, contra la memoria de todo un continente.