El epílogo

Retórica marianista

JUANCHO DUMALL

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En sus ocho años como jefe de la oposición,Mariano Rajoynos acostumbró a una retórica sencilla, sin subordinadas ni letra pequeña. Había que hacer una política económica «como dios manda» y una reforma laboral «con sentido común». Ahora que gobierna, sigue abonado a la economía de lenguaje, al mensaje simple. Ahí van tres afirmaciones de las últimas semanas que, pese a no salirse del territorio de la obviedad, fueron glosadas por la prensa de derechas como grandes avances del pensamiento político: «Sabemos lo que hay que hacer», «Nadie puede gastar más de lo que tiene» y «Hay que devolver a España al lugar que le corresponde».

La sospecha es que esa forma de comunicar con frases huecas no es un recurso electoralista propio de la campaña y de los primeros días de gobierno, ni una forma de ambigüedad calculada, ni mucho menos una expresión del tópico gallego. Vienen años de frases cortas, desentido comúny dequien la hace, la paga. Y, en este sentido, ¿qué más lógico que los políticos que han incumplido con los presupuestos tengan responsabilidades penales? ¿No perjudican al conjunto de la población? Pues que se atengan a las consecuencias.

Escaparate

El problema es que la política es mucho más que una cuestión de frases para pasar el rato en la peluquería. Por eso, siRajoyyMontoroestán dispuestos a llevar a los tribunales a los presidentes de comunidades autónomas o alcaldes que sean despilfarradores, no pueden despacharse con argumentos propios del taxista que lo arregla todo en 24 horas. Primero deberían exponer sus planes y pedir disculpas por cómo han dejado las cuentas públicas algunos de sus muchachos en importantes instituciones. ¿No esde sentido comúndar una explicación por los desmanes del Palma Arena? ¿No sería actuarcomo dios mandadar una respuesta política al vodevil de los trajes deCamps?

Es cierto que no solo la derecha ha hecho políticas de escaparate del tipo de hacer estaciones de esquí en los Monegros. Pero el PP arrastra el suficiente lastre como para no erigirse en juez del buen gobierno.