La importancia de la política

Leyes y hábitos democráticos

El Estado hace el ridículo cuando trata de influir en asuntos morales, artísticos o filosóficos

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ALFREDO
CONDE

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Hace unas semanas fui a ver la película queDavid Cronenberg, alguien que se me antoja un genio de lo sutil, titulóUn método peligroso. En ella enfrenta aSigmund FreudconCarl Jung, dos platos de la misma balanza cuyo equilibrio es señalado por una especie de fulcro llamadoSabina Spielreinmientras que sobre los tres, atados cada uno de ellos a sus propios sistemas de ideas, vinculados entre sí como ellos mismos lo estuvieron, planea una especie de mosca libertaria y cojonera conocida comoOtto Gross.No se preocupen. No voy a hablarles de la película que, por otro lado, les recomiendo vivamente.

Pero, como de una película de obsesiones se trata, sí me gustaría mentar la que me asaltó a lo largo de su proyección. ¿Cuándo apareceráArthur Schnitzler?Schnitzler,además de médico e interesado en la psiquiatría, además de judío, comoFreud, el psiquiatra inventor del psicoanálisis, ese método, y admirador profundo de la obra literaria de aquel, vivió en la Viena prodigiosa del tiempo auroral de este que ahora nos envuelve, menos prodigioso, más en penumbra, pero que también tiene sus luces.

¿Por qué esta obsesión en ver perfilado aSchnitzler con la misma precisión con la que aparecen, en la película, los cuatro personajes principales? Pues porque si no del conjunto de la obra literaria del vienés, tomada título a título, sí lo soy del conjunto de su pensamiento, que se me antojó siempre lúcido y sagaz, un punto melancólico, sí, pero incisivo como un estilete, afilado como un bisturí, en la disección de la realidad humana.

ConsiderabaSchnitzler,por ejemplo, que es la política la que, por fuerza, determina siempre el ambiente de un país, no las ciencias, no las artes, sí la política, puesto que es algo que, como el cielo, pende constantemente sobre nuestras cabezas; siempre está ahí, queramos verlo o no.

Consideraba tambiénSchnitzlerque el Estado se debe ocupar de mantener el orden en lo interno, preservar la salud de los ciudadanos y velar por la seguridad en lo externo porque, en el momento en que comienza a arrogarse una influencia que no le corresponde en asuntos morales, artísticos o filosóficos, no solo hace el ridículo, sino que gracias al poder que de él emana, se convierte en un peligro para la moral, el arte y la filosofía.

Comprenderán los lectores que, dados los días que vivimos, el clima que atravesamos y las más que posibles, aunque prefiera creer que improbables, tentaciones de que quienes acaban de encargarse del gobierno del Estado puedan tener de influir decisivamente en asuntos morales, artísticos o filosóficos, obliguen a reflexionar acerca de las afirmaciones del judío vienés. El ambiente que de tal tentación se derivaría pudiera determinar que ese cielo que pende sobre nosotros devengase en plúmbeo y cenizo, agobiante y gris, como casi siempre ha sido y no, al menos por esta vez, se nos ofrezca luminoso y escasamente opresivo.

Se ha escrito aquí, en más de una oportunidad, que no es suficiente con tener leyes democráticas y que es preciso tener hábitos que sí lo sean. ¿Los hemos tenido en ese mundo concreto de la filosofía, del arte y de la moral o, más resumidamente, en el ámbito de la cultura, así entendida, que tanto preocupaba aSchnitzlery que todavía sigue obsesionando a unos cuantos, siempre y cuando no sean perceptores de subvenciones de las arcas del Estado manejadas, poco menos que con total e impúdica indiscreción, por quienes de modo alternativo las urnas han encargado de su gobierno?

¿Cuestión de método? Es posible que sí, que hasta ahora haya sido así. La izquierda siempre se ha sentido heredera de la Ilustración y, también siempre, ha necesitado sentirse, saberse reconocida, continuadora y defensora de la tradición ilustrada y, en virtud de ello, siempre ha puesto los mimbres necesarios para componer el cesto en el que transportar tan valioso legado. Por su parte, la derecha siempre se ha sentido portadora de no pocos de los valores que la Ilustración puso en tela de juicio; al menos así ha sucedido en el caso de la más montaraz que es la que suele ponerle la tapa al citado cesto. La otra, la derecha culta, se ha sabido culta, incluso más culta que la izquierda necesitada de ese reconocimiento, y no ha precisado de un reconocimiento que no dudaba en otorgarse. De tales desajustes, tales lodos.

Hoy estamos en otros tiempos, son otras la izquierda y la derecha. Las palabras deSchnitzlercobran una vigencia que era imposible de reconocer hace ni siquiera los años suficientes como para que hoy sean admitidas sin rodeos. Se afirma que hay una cultura de izquierdas y una cultura de derechas. Lo que sí hay es una manera de entender la cultura propia de la izquierda y otra manera de entenderla propia de la derecha. Y hay sus correspondientes métodos de aplicación. Acaso sea ya hora de entender que la cultura es de todos, se abandonen métodos que se pudieran considerar peligrosos, se olviden las viejas obsesiones y se admita que todas las realidades nos pertenecen. A todos. Otra cuestión de método. Otro método. Ya. Escritor.