El cambio de Gobierno y el PSOE

La moral de la derrota

Está sin explicar por qué parte del electorado de izquierda vota a partidos que no le son favorables

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SALVADOR GINER

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Nunca una ausencia de programa explícito había conducido a una victoria tan espectacular en las urnas. Sin embargo, el triunfo vastísimo del PP no invita a demasiadas especulaciones sobre qué política aplicará. El tono taciturno y galaico del inminente presidente nunca ocultó a nadie lo que se avecina. Habrá recortes masivos en el gasto público, inclusos los de sanidad y escolarización, amén de los sueldos de los funcionarios, un notorio desinterés por la negociación con los sindicatos, privatización de servicios públicos, disminución de inversiones en cultura y ciencia. Se revisarán leyes de convivencia -tal el reconocimiento legal de las uniones de personas del mismo sexo y la norma para la interrupción voluntaria del embarazo- a las que ese partido les tiene visceral ojeriza. Se recrudecerá la hostilidad contra los poderes de gobiernos siempre vistos como regionales. A los catalanes no es menester que se les recuerde que el recurso contra el Estatut fue interpuesto y nunca retirado por los ahora vencedores. Cabe preguntarse, ante la transparencia de lo supuestamente opaco, por qué tanta lamentación sobre la imaginaria falta de programa de la derecha española.

Se constatan dos cosas: la primera es que a la mayoría de votantes les parece estupendo que venza una derecha centralista. No se les puede escapar que es el partido del privilegio, las finanzas, la privatización a ultranza y la protección de los ricos y, en el mejor de los casos, el paternalismo hacia pobres y parados. Aunque los políticos conservadores menos duros, que son minoría, no estén contra una prudente medida de asistencia estatal. Por eso pueden ustedes estar seguros de que no quitarán pensiones, aunque, eso sí, las congelen. Un buen sistema de prudentes subsidios calma al pueblo y evita engorrosas agitaciones. Mientras, una retórica liberal sobre el esfuerzo, el mérito personal y las recompensas sociales (leáse ganancias) para los triunfadores siempre ayuda. ¡Como si la izquierda estuviera contra el mérito o la libertad! Pero conviene a la derecha repetir este infundio. Hasta que se lo crea a pies juntillas la parte menos ilustrada y simplista de la misma izquierda.

La derecha ha ganado tan esplendorosamente las elecciones en buena parte porque los socialistas se lo han permitido. Sigue pendiente, además, la explicación de por qué en todas partes un sector muy importante de las clases que teóricamente deberían votar a la izquierda vota a partidos que no le van a favorecer. (Así, salen victoriosos alcaldes, en toda Europa, o partidos de extrema derecha -xenófobos- en barrios que hasta ayer mismo votaban a los comunistas). Al igual que la culpa deBerlusconien Italia la tuvo su patética izquierda -con el valioso apoyo de la Iglesia a aquel histrión-, en España la ha tenido la incomparable incompetencia del Gobierno saliente. No soy ducho en hacer leña del árbol caído. Más bien me repugna. Así, en las páginas de este acogedor diario tuve ocasión de expresar mis dudas cuandoRodríguez Zapateroiniciaba su mandato. Sin entrar en la hemeroteca, recuerdo el escepticismo con el que expresé aquí mis prevenciones ante su promesa de apoyar sustancialmente la investigación científica en España (su Gobierno la ha recortado). También su anuncio formal urbi et orbi de abrazar la filosofía política republicana (ya que no, naturalmente, la forma estatal republicana, que la Constitución excluye).Zapateroarregló su imaginario republicanismo invitando a un profesor extranjero a que le diera una conferencia y luego le pidió que redactase un bien sufragado informe sobre los avances presuntamente republicanos de su Gobierno. Está disponible. Lástima grande que el filósofo no supiera castellano ni conociera mínimamente este país. Vaya experto. Vaya consultor, vaya consultoría.

Un presidente del Gobierno que no reconoce un toro cuando tiene delante su cornamenta, ni una crisis económica cuando la ve hasta el más tonto del pueblo, causa estupor. Si no se tratara de una situación económica gravísima, sería de sainete o zarzuela. (Con minúscula, por favor, que hablamos de un presidente saliente con ínfulas republicanas). Que se vaya en buena hora. Que en los combates internos que se avecinan en su maltrecho partido cunda más el esfuerzo por la elaboración de una praxis progresista digna del siglo XXI, en Europa, que la lucha por apoderarse, quienes fracasaron, de la máxima responsabilidad política. Tuvieron que gobernar, bien lo sabemos, en condiciones económicas particularmente adversas. Pero no supieron estar a la altura de las circunstancias, a practicar esa virtud republicana que consiste en el coraje del político en decir la verdad. «Cueste lo que cueste», dijo el presidente hoy saliente. Lo dijo cuando era ya demasiado tarde para que le creyéramos.

Presidente

del IEC.