Los jueves, economía

Más austeridad y menos unanimidad

Los ingresos públicos son insuficientes y deben aumentar para que los recortes no sean permanentes

Más austeridad y menos unanimidad_MEDIA_2

Más austeridad y menos unanimidad_MEDIA_2

Josep Oliver Alonso

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los mercados han saludado positivamente el acuerdo franco-alemán del pasado lunes. Y para esa enhorabuena hay razones. Una de las principales parece que será el abandono de la obligación de aceptar pérdidas del sector financiero en rescates futuros, como ha venido defendiendo Alemania. A pesar de la importancia de este aspecto, dos merecen nuestra consideración por su importancia a largo plazo.

El primero es el relativo a la regla de oro de estabilidad presupuestaria que deberá incorporarse a todas las constituciones, de forma que serán los tribunales constitucionales de cada país los que deberán dar el visto bueno a los presupuestos y el Tribunal de Justicia Europeo el que sancionará si las reformas son adecuadas.

Dada la importancia que se da a esta parte del compromiso entreAngela Merkel yNicolas Sarkozy, tanto fuera como dentro de España, conviene no confundir al personal en lo que realmente implica. Porque parece que, en la traducción catalana o española de esos acuerdos, elequilibrio presupuestario del que habla la regla de oro se convierte entope de gasto. O eldéficit estructural cerose muta enprofunda reforma del Estado del bienestar.

Oigan, si nuestros gobernantes, catalanes o españoles, quieren reducir o jibarizar el sector público están legitimados para hacerlo, pues por ello ganaron sus elecciones. Pero no nos hagan creer que los problemas de nuestro, más bien modesto, Estado del bienestar derivan de su excesivo tamaño. Para que tengan dónde comparar, presten atención a las cifras siguientes. Entre 1992 y el 2006, el sector público español gastó anualmente un 41% del PIB, una cifra importante, pero sensiblemente alejada del 47% alemán o del 48% de media del área del euro. Y ¿cómo se financió este gasto? Principalmente con unos ingresos que, medidos en relación al PIB de cada país, fueron mucho más elevados en Alemania o la eurozona (ambos en el entorno del 45% del PIB) que en España (38% del PIB).

Con la crisis la situación se ha agudizado, dado que nuestros ingresos han caído más, de forma que, en el 2010, frente al 44% del PIB en Alemania o el conjunto del área, nuestras administraciones públicas ingresaron el equivalente al 36% del PIB. Por lo que se refiere al gasto, en ese mismo 2010, se situó en un máximo histórico del 45% del PIB (por el aumento de las partidas de desempleo), lejos todavía del 48% alemán o del 51% de media de la eurozona. En suma, nuestro gasto público se ubicaba, antes de la recesión, en torno a 8/9 puntos del PIB por debajo de la media del área del euro, equivalentes a unos 100.000 millones de menor gasto anual en euros de hoy. Con la crisis, esta diferencia se ha reducido, por mor del aumento del desempleo, pero continúa siendo muy elevada, de forma que en media del 2008 al 2011 alcanza cerca de 6 puntos del PIB, es decir, un gasto inferior en torno a los 70.000 millones de euros por año.

En este contexto, las proclamas que postulan que hemos entrado en una zona de no retorno, de total cambio del sistema de bienestar que habíamos gozado, deben matizarse severamente. Y esa matización exige afirmar que, si no se aumentan los ingresos, ciertamente los recortes de hoy acabarán siendo permanentes. Pero si algo demuestra esta crisis es, justamente, que nuestros ingresos públicos eran, y son, insuficientes. No que el gasto sea, o hubiere sido, excesivo.

Como he dicho a menudo, de esta crisis solo saldremos alemanes. O, en caso contrario, no saldremos bien parados. Pero alemanes en todo. En rigor económico y en tributación. Y en gasto público. Y en ingresos sobre el PIB. Y, por tanto, también en Estado del bienestar.

El segundo elemento de transformación de alcance de esta nueva Unión es el relativo a la configuración de una zona del euro que, en la hipótesis de que Gran Bretaña no quiera sumarse, avanzaría hacia una mayor integración. La desaparición de la regla de la unanimidad en su funcionamiento, para evitar que partidos minoritarios de pequeños países bloqueen su actuación, es un salto de escala. Gran Bretaña, que se opone, se encuentra cada vez más aislada, perdiendo aliados tradicionales, como Polonia. Hace poco, su ministro de Exteriores,Radoslw Sikorski,suplicaba a Alemania que tomara el liderazgo europeo, en un artículo publicado en elFinancial Timescuyo títuloTemo menos el poder de Alemania que su inactividadno podía ser más expresivo. Y sugería a Gran Bretaña que, si no quería seguir al resto, no entorpeciera el proceso. La pérdida de influencia británica es el resultado de una política que la ha llevado a primar su relación con EEUU por encima de sus vínculos continentales y a frenar cualquier avance de integración política. Su aislacionismo recuerda el de los años previos a las dos guerras mundiales, tan bien reflejado porDonald Kaganen suOn the origins of war. El golpe de timón alemán abre el camino hacia posibilidades de mayor unidad política que deseamos, a buen seguro, desde aquí. ¿Una Europa más germánica? Sí, pero también más Europa.

*Catedrático de Economía Aplicada (UAB).