El desprestigio de la actividad pública

Políticos al rescate

Es tarea de los dirigentes que las instituciones sean respetadas, queridas y defendidas por la ciudadanía

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ALFREDO CONDE

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¿Será el desprestigio de la clase política, el desprecio que la ciudadanía siente por su función, consecuencia de algo más que de la propia mediocridad que la conforma? A veces se diría que sí. Incluso en ocasiones cabría pensar que ese desprestigio es una enfermedad, una dolencia tardofranquista. No es así exactamente, pero pudiera parecerlo. En gran medida lo es. El anterior jefe del Estado solía recomendar a sus próximos que hiciesen como él, que no se metiesen en política.

Desde entonces, y también ya entonces, hemos visto demasiados casos de corrupción, a uno y a otro lado de los sistemas de ideas en los que se sustentan los distintos partidos, y contemplamos día a día la preponderancia de los intereses de estos sobre los generales de la ciudadanía como para ignorar que han hecho méritos suficientes a fin de merecer la opinión que la mayoría sustentamos. Y no pocos han retomado el antiguo consejo del dictador.

Sin embargo, esa misma mayoría es consciente de que los partidos políticos son necesarios y no ignora que la democracia, los más de 30 años que llevamos disfrutándola, ha llevado a este país -que de tantas formas llamamos- a las cotas de prosperidad que ahora vemos tan amenazadas. Por eso la gente acudió a votar el 20 de noviembre. La gente no quiere líos, quiere democracia. Y bienestar. Pero el descrédito de los políticos no ha disminuido por ello. Se cree en la democracia, pero no en los partidos en los que esta se sustenta. La clase política ha devenido en una casta.

Antes de que acudiesen a hacerlo pregunté a no pocas personas de mi entorno si conocían los nombres de los tres primeros candidatos al Congreso de la lista que iban a votar. No creo que se sorprenda ningún lector si digo que casi todos los ignoraban. Es innecesario que justifique que ya no pregunté por los de las otras listas. ¿Pero por qué esa ignorancia? ¿Por qué ese desapego hacia las personas que teóricamente los van a representar en el Congreso de los Diputados? Es también innecesario que se explique el porqué. No les van a poder pedir responsabilidades en el futuro. La única responsabilidad que cabe exigir es la que afecta al partido, y esta va a consistir en un acto electoral más al cabo de cuatro años. Entonces votaremos o no al partido por el que ahora lo hemos hecho y en eso consistirá para nosotros la tan mentada Fiesta de la Democracia.

Es necesario que los diputados sean responsables ante quienes los eligen. Si eso se consiguiese, la corrupción, ese mal endémico de la población humana, afectaría a los nombres de las personas y no a las siglas de los partidos. Y podríamos saber los nombres de los honestos en una medida que ahora se antoja un desiderátum. En estas últimas semanas he intentado recordar los nombres de muchos políticos honrados que he conocido, hace ya 20 años, y me he preguntado el porqué de la ignorancia de esos nombres y de los que han continuado su honesta trayectoria. Y también el porqué de la ignorancia de sus obras. Pondré algunos ejemplos que seguro que han de tener sus correspondencias en otros ámbitos.

Detrás de la moda gallega, ese fenómeno mundial, detrás de esa pléyade de nombres que va desde Zara a Verino, desde Adolfo Domínguez a Bimba y Lola, hubo políticos que dedicaron trabajo y presupuestos, campañas y eslóganes, a su establecimiento y promoción. Y que fueron honrados. ¿Quién se acuerda de ellos? Detrás de los cultivos marinos, donde los gallegos hemos pasado de recolectores de mariscos a líderes mundiales en su producción, sucede lo mismo, y así sector tras sector, en una medida u otra, hay nombres y equipos de los que ya nadie guarda memoria ni reconocimiento de su labor. A lo mejor no está mal que así sea, pero sería bueno poder cotejarlos para devolver al servicio público la consideración que todos nos merecemos.

Ahora -guste a unos, disguste a otros el modo en que lo hacemos y con quiénes lo haremos- empieza una nueva etapa política. Es hora de hacer alguna valoración. ¿Cuál? Pues quizá la que acierte a expresar el deseo de una amplia y fructífera regeneración democrática que empiece por el hecho de reconocer que, si sumamos lo que ha dejado de ganar, con su sueldo de registrador de la propiedad, quien ya es presidente electo del Gobierno de España, y le restamos lo que ha obtenido como político en todos los años que lleva ejerciendo tal servicio público, la diferencia nos haga pensar en que ha llegado a la Moncloa otro político honrado, otro más, porque hubo otros, uno de ellos se está yendo ahora mismo, pero se da la circunstancia de que el que llega lo hace en el momento más bajo de valoración de la clase política y se hace imprescindible una recuperación también en este sentido. Ojalá que su ejercicio nos rescate de la crisis económica, pero ojalá acierte a rescatarnos de esta brutal crisis de valores que atravesamos y acierte a adaptar las leyes que han devenido obsoletas e incluso contrarias a las necesidades actuales, no solo a las económicas o sociales, sino a la de que nuestras instituciones sean respetadas, defendidas y queridas por la ciudadanía. De las económicas hemos de salir entre todos o no saldremos. Pero de esas otras han de ser los propios políticos quienes nos rescaten.

Escritor.