Los genéricos y el coste de la sanidad

Doctor, recéteme mi marca

A igualdad de precio, el paciente que prefiera un específico en concreto ha de poder exigirlo

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EMILI ESTEVE

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Desde el pasado día 1 de noviembre que entró en vigor el real decreto ley 9/2011, la inmensa mayoría de medicamentos de marca cuestan lo mismo que los productos genéricos, lo cual significa que tanto unos como otros pueden recetarse con toda normalidad en términos de ahorro y contribución a la sostenibilidad del sistema sanitario. Estando, pues, los medicamentos originales de marca y sus genéricos al mismo precio, cabe plantearse qué será mejor que le receten a uno, qué preferirá el paciente.

No seré yo quien ponga en duda los productos genéricos, pues si se comercializan -al igual que ocurre con los medicamentos de marca- es porque lo permite una autorización otorgada por las autoridades sanitarias competentes. Además, ya habrá quien haga publicidad de ellos. Mi intención es poner de manifiesto la importancia de los medicamentos de marca, aunque por brevedad, me limitaré a unos pocos aspectos.

En primer lugar, los medicamentos de marca nacen como resultado de la investigación, un proceso largo, costoso y no siempre exitoso que lleva a cabo la industria farmacéutica innovadora. Así pues, los laboratorios que investigan y comercializan medicamentos originales de marca son los únicos que ciertamente contribuyen al progreso terapéutico y hacen posible que nuestras dolencias sean mucho más llevaderas. Por tanto, y aunque solo fuera por el interés como paciente en fomentar futuras innovaciones curativas, yo me decantaría por la marca.

Además, la marca contribuye a definir e identificar inequívocamente un medicamento. A diferencia de lo que ocurre cuando se receta un principio activo, cuando se receta una marca se garantiza el mantenimiento del color, la forma o el tamaño del medicamento con las sucesivas dispensaciones, lo que significa que los pacientes pueden establecer un vínculo de confianza con ella. Este vínculo puede ser muy relevante desde el punto de vista terapéutico, sobre todo, en materia de adherencia al tratamiento. Pero también en el campo de la farmacovigilancia, pues ante posibles efectos adversos que algún medicamento pueda originar en un determinado paciente, una marca ayuda a canalizar mucho mejor a las autoridades sanitarias las notificaciones de estas reacciones adversas.

Otro aspecto a valorar es el compromiso con cada paciente que adquiere el laboratorio que comercializa un medicamento de marca. Las compañías farmacéuticas innovadoras distinguen sus medicamentos respecto de otros similares mediante la marca, conocedores de que esta aporta un componente de fiabilidad. Es una forma de decirle al paciente que el medicamento de marca ha existido antes, durante y después que otros, que tiene pasado, presente y futuro, y que constituye el referente temporal e indiscutible para esa medicación. Es una forma de señalar que durante muchos años la comercialización del medicamento de marca en exclusiva ha aportado toda la experiencia posible al laboratorio innovador y que, por tanto, es quien tiene un mejor y más amplio conocimiento del producto.

Parto de la base, y además lo defiendo siempre que tengo ocasión, de que todo medicamento autorizado es susceptible de ser prescrito y dispensado en igualdad de condiciones sea o no de marca. Pero a cada uno lo suyo, y no puedo compartir que se trate de convencer a los ciudadanos de una falsa inferioridad de las marcas. Lógicamente, este discurso podía tener sentido cuando existían diferencias de precio entre medicamentos de la misma composición y, naturalmente, las administraciones públicas fomentaban la preponderancia del producto genérico frente al medicamento original de marca por una mera cuestión de precio. Pero ahora las cosas no son así, puesto que la norma general es que los medicamentos de marca cuesten lo mismo que los genéricos, contribuyendo por tanto igual que estos al ahorro y a la sostenibilidad de nuestro ya de por sí debilitado sistema sanitario, por lo que todos estos argumentos se caen como un castillo de naipes.

Finalmente, no debemos olvidar que la marca farmacéutica facilita la implicación del paciente en su tratamiento. Desde luego, unas personas pueden preferir el producto genérico y otras el medicamento de marca, pero ocurre que para ambos, muchas veces, son terceros quienes deciden el medicamento que se llevarán a su casa y utilizarán para el tratamiento de su patología. Afortunadamente, la mayoría de profesionales médicos y farmacéuticos seguirán fieles a las marcas por convicción, puesto que pueden legalmente prescribir y dispensar el medicamento de marca con la tranquilidad de que con él también ahorran, pero es imprescindible, además, respetar la voluntad del propio paciente, que puede no querer que le cambien periódicamente los envases, como suele ocurrir cuando se prescribe por principio activo. No nos engañemos, a igualdad de precio, el paciente que prefiera la marca ha de poder exigir la marca y tiene derecho a que se la sigan recetando y dispensando.

*Director del Departamento Técnico de Farmaindustria.